Uno de los méritos de Rafael Correa Delgado es que nunca ha ocultado su aversión al proceso dolarizador de la economía, incluso desde antes de ser presidente de la República. Esa aversión se inscribe perfectamente en sus convicciones ideológicas. Pero su problema es que no obstante ostentar el ejercicio absoluto del poder -sin fiscalización legislativa, administrativa, ni judicial- le resulta muy cuesta arriba disponer, mediante ley, volver a una moneda "propia" que reedite los tiempos del sucre que, como todos sabemos, murió gloriosamente en las faldas de Mahuad para seguir viviendo en los corazones ardientes de la revolución ciudadana...
El problema es tan grave que, en casi 5 años de gobierno, Correa no ha podido tumbar la dolarización. Pero tampoco ha podido convivir con la terrible restricción que significa no tener moneda propia; es decir, gobernar sin capacidad para adecuar su política económica al manejo de la variable monetaria, con las posibilidades de devaluación incluidas que constituyen, al final de cuentas, una forma eficaz de finaciamiento por la vía inflacionaria, del gasto público.
Y esta es la causa última y primera para aumentar el impuesto a la salida de divisas del 2 al 5 por ciento. Así lo ha confesado el propio Presidente Correa, quien en uno de sus arrebatos de absolutismo -porque habla como si el Estado y sus Funciones estuviesen resumidas en su sola voluntad- dijo: devuélvanme la moneda propia, y de inmediato les quito el ISD. Lo que su lógica de economista y presidente le indica es que si quiere continuar con el tren de gasto público que seguramente se acelerará con la próxima campaña electoral, la única manera de financiarlo es mediante la devaluación. Y como no puede devaluar de manera directa, entonces apela al recurso de crear un impuesto cuyo resultado final será que los ecuatorianos reciben un dólar cuyo valor estará disminuido en 5%.
Ha creado por esta vía el dólar ecuatoriano. No ha necesitado para este fin volver al sucre y sus malos recuerdos de inseguridad en el tipo de cambio respecto a la moneda estadounidense; tampoco ha expuesto su popularidad por aquello de que la ciudadanía no aceptaría y reaccionaría indignada ante cualquier intento de eliminar al dólar como medio de pago; ni siquiera se le puede acusar de que ha devaluado la moneda, porque dirá con su sapiencia de economista que es un disparate creer que él puede decidir algo que solo a la Reserva Federal de USA le compete. Y terminará enfilando su potente artillería de insultos, descalificaciones y amenazas, contra todos los que osen cuestionar la idoneidad de su medida de castigar con impuesto a todo dólar que se transe en las más importantes operaciones del comercio exterior ecuatoriano.
Lo más grave de este enfoque neodevaluatorio es que el beneficiario directo de esta medida es el Estado. Cuando existía el sucre, a una devaluación se le daba el mérito de resarcir en parte la pérdida cambiaria que sufrían las empresas, porque cuando exportaban recibían más por cada dólar. Ahora ese beneficio se lo lleva el gobierno. Y se lo lleva para gastar más. Así de simple.
No hay devaluación posible con dolarización. Pero nadie contaba con la astucia de Correa, perfectamente orquestada por Marx Carrasco: han creado el dólar ecuatoriano, cuyo valor real es inferior en 5% al dólar de Estados Unidos. No hubo necesidad de nuevo sucre, ni de correíta ni de patiñito ni de carrasquito... Solo bastó con un impuesto, que primero empezó con el 0,5% y después se incrementó al 1% y al 2%. Y como nadie nada dijo, o reaccionaron muy tibiamente, lo subieron al 5% como preludio de que la próxima vez llegará al 7 o al 10 o al 12%, como para equipararlo con la tarifa mágica del IVA.
Desde el año 2000 teníamos dólar de Estados Unidos como moneda. Desde el 24 de noviembre de 2011, tenemos dólar ecuatorano, gracias a la increíble calidad de economista del Presidente de la República.
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