lunes, 11 de febrero de 2013

¿Qué neoliberalismo? ¿Cuál neoliberal?



Desde que se instaló, el gobierno del Presidente Rafael Correa ha hecho de la prédica anti neoliberal, su enseña. Todo se explica como consecuencia del "fracaso" del neoliberalismo. Nada queda sin explicar de la historia de Ecuador -incluso sin límites de retrospectiva- si no se apela a la descalificación ideológica de todos los gobiernos que se han sucedido por lo menos en la historia reciente. Y entonces se termina tachando de neoliberal cualquier planteamiento que no se ajuste a la única verdad que el régimen sostiene como propia: que estamos en un cambio de época, camino al socialismo del siglo XXI. Y que ese socialismo, es enemigo jurado del neoliberalismo...

Pero esta es una actitud que encierra tremendas paradojas.

La más notoria, es que un gobierno que se proclama legatario de Alfaro, reniega y desmerece su doctrina política. Porque el "neoliberalismo" es hijo del liberalismo. Me explico:

El liberalismo tuvo sus raíces en quienes sostenían que solo podía haber progreso para los pueblos que viven en democracia.

Y democracia no es otra cosa que el sistema jurídico de un Estado de derecho, constituido para respetar y hacer respetar las prerrogativas naturales a los individuos, especialmente aquellas que garantizan la libertad de trabajo y contratación con el fin de generar ahorro y emprendimientos, como pilares de la producción y del empleo. Ergo, el bienestar de la sociedad llega como resultado de la solidaridad que define al Estado como el ente con legítima capacidad para redistribuir mediante tributos racionalmente establecidos y aplicados, la riqueza; y salvaguardar en consecuencia, el derecho de los sectores más vulnerables de la población a gozar de mejores niveles de vida.

Una democracia -sostenían los liberales- se caracteriza por la separación de los poderes del Estado, de modo que cada uno actúe con eficacia en los ámbitos que la sociedad les confía para legislar, garantizar la justicia y administrar la cosa pública. Obviamente ese Estado tenía que ser independiente de cualquier poder coercitivo, empezando por el que se basa en cuestiones religiosas. Para esto, es vital el requisito del laicismo, como sinónimo de respeto a la libertad religiosa.

Ese fue el modelo de Estado que Eloy Alfaro -apoyado en pensadores e ideólogos liberales de finales del siglo XIX- empezó a instaurar con la revolución liberal del 5 de junio de 1895, cuyo epicentro fue Guayaquil.

Ese fue el modelo que lo llevó a construir el ferrocarril, porque Alfaro era un convencido de que la libre movilidad de bienes, servicios y personas, (lo que ahora se llama globalización), constituían la base de una economía liberal. Y ese fue el modelo que a pesar de muchas y variadas falsificaciones, ha estado vigente en Ecuador durante todo el siglo XX, bajo las versiones que decidieron adoptar los dirigentes políticos de turno, incluso las dictaduras militares.

Por neoliberalismo se entendieron a finales de los años 70 del siglo pasado, aquellos planteamientos económicos que, tomando como base las libertades individuales, reclamaban con vigor el cese de la paulatina ingerencia del Estado -a través de decisiones económicas centralmente planificadas por una burocracia onmisapiente- en las decisiones individuales. En esencia, tales planteamientos constituían una respuesta a la visión totalitaria del comunismo marxista-leninista, que dio origen a la Unión Soviética y a su extensión -post segunda guerra mundial- en los países de Europa del Este.

La caída, en 1989, del muro de Berlín, marcó el principio del fin del "socialismo real". No fue a causa de la CIA, ni de conspiradores a sueldo que se derrumbó.

Esa caída fue producto del empuje de los pueblos que no se resignaban a que el Estado decidiera cuántos pares de zapatos -iguales por su mala calidad- podían usar al año; cuántos pantalones y camisas podían adquirir; cuánta comida debían comprar; dónde educar a sus hijos, y a qué universidades debían concurrir los jóvenes para estudiar lo que los burócratas decidían que estudien; dónde divertirse y vacacionar; qué obra de teatro ver, qué libro leer o qué artista plástico admirar; leer una versión única de las noticias, o escuchar una sola radio o ver una sola estación de televisión; que modelo de vehículo comprar, incluso si se trataba de una bicicleta; y hasta cuándo y dónde enfermarse!!

Pero los burócratas gozaban de todo: para ellos, los límites no existían. Simplemente no contaban, porque ellos eran en sí mismo, los límites. (Es como ahora la meritocracia: los burócratas van a decidir qué título profesional vale, aunque hay serias denuncias -una de ellas comprobada a saciedad- sobre títulos falsificados en las altas esferas del poder)

Y entonces el neoliberalismo no surgió como sustituto del socialismo. Porque el liberalismo como ideal de libertad democrática, siempre estuvo ahí: fue la proyección de las respuestas planteadas por pensadores del calibre de un Rousseau, un Mostesquieu, un Voltaire, al absolutismo de la realeza europea. Y después esas respuestas no perdieron actualidad porque fueron continuadas por miles de pensadores e intelectuales, para enfrentar al absolutismo de una burocracia de partido único, hegemónica en el parlamento y en la justicia, que -por ejemplo en la Unión Soviética- decía gobernar en nombre del proletariado, apoyada en un poderoso aparataje militar.

En Ecuador, ese liberalismo fue el de Olmedo, fue el de Rocafuerte, el de Montalvo, el de Peralta; y el de periodistas que usaron la prensa para difundirlo con todo vigor. Alfaro los amalgamó.

Pero a guisa de ser justos, cabe señalar que si acaso hubo un neoliberalismo -como el de Reagan o el de Tatcher, o guardando las distancias, como el de Pinochet en Chile- ése, exactamente ése, aquí en Ecuador no se practicó. Y tanto no se practicó, que una tímida consulta popular en el gobierno "neo liberal" de Durán-Ballén, tiró al basurero la idea de que los afiliados del IESS fueran dueños de sus recursos; para evitar que estos sirvieran para apuntalar -como ahora ocurre con impudicia- los apetitos partidistas de algunos de sus funcionarios.

¿De qué neoliberalismo me hablan, si la visión mercantilista prevaleció al momento de definir las prioridades de inversión?

¿Qué neoliberalismo puede haber, si el Estado mantuvo en sus manos la propiedad y administración de servicios públicos críticos, al punto que el gobierno actual, continuando con esa política, lo único que ha hecho es invertir ingentes recursos en esos mismos servicios, aprovechando la bonanza petrolera?

¿De qué neoliberalismo me hablan, si no hubo independencia en las tres funciones básicas del Estado, y todos terminaron -hasta el actual gobierno- metiéndole la mano a la justicia, o comprando legisladores de alquiler, (recuerdan los diputados de los manteles)?

Esto de achacar neoliberalismo en dónde no hay ni ha existido, me recuerda el viejo chiste de aquel hombre que salió del restaurante robándose los cubiertos de fina plata. Y que al ser llamado por el mesero que había salido tras él, para devolverle el sombrero que había dejado por la premura de irse con lo robado, sorprendido al creerse descubierto en su pequeña ratería, no hacía más que gritar: cuáles cubiertos, cuáles cubiertos, yo no me he llevado ningún cubierto...

¿Qué neoliberalismo? ¿Cuál neoliberal?



sábado, 9 de febrero de 2013

...Y usted: ¿en qué cree que hemos cambiado?

La propaganda del candidato presidente -o sea, la propaganda del gobierno- se ha esmerado en remarcar que desde 2007 en que Rafael Correa y su revolución ciudadana llegaron al poder de la República, el país ha cambiado. Tanto ha cambiado -decían desde el principio- que no estamos en una época de cambios, sino en un cambio de época. (Por lo demás, esta es una cantinela que la repiten todos los regímenes del socialismo del siglo XXI)

Pero de tanto repetir, y repetir y repetir lo mismo sobre los cambios, el hombre de a pie seguramente se ha hecho la pregunta de rigor: ¿y en qué hemos cambiado en los últimos 6 años?

Intentaré ensayar una respuesta, breve pero objetiva.

Hay -ciertamente- un cambio en lo físico. Es que nadie puede negar que las carreteras han mejorado, ni que hay mejor disponibilidad de energía, y que se construyen viviendas para los sectores populares. Tampoco se puede negar que hay inversiones importantes en infraestructura para educación, salud, salubridad, protección ambiental y seguridad pública.

Y en lo "no-físico", qué duda cabe sobre los montos significativos de las inversiones sociales expresadas en bonos y subsidios, así como en la ayuda y protección a los discapacitados. Esto, a más de que los índices de desocupación podrían ser mayores, de no mediar el crecimiento del Estado, gracias al cual demanda más burocracia; y que -además- por las políticas de controles del gobierno sobre las actividades económicas, también impone a los empresarios de todos los tamaños, contratar más personal para precisamente atender las exigencias de información del SRI, a la que se suman las de la ampulosa Superintendencia de Control de Poder de Mercado...

Hay, como se ve, cambios. La pregunta es a qué costos. Me explico: hay que ver si esas inversiones contaron con un financiamiento racional; si los respectivos contratos de construcción, se ajustaron a las prescripciones legales; y que el cambio también se observó en los procedimientos; es decir que no hubo contratos "a dedo" ni contratistas aprovechados que cogieron el anticipo y se mandaron a cambiar; etcétera.

La otra pregunta es más subjetiva: si ha habido cambios, ¿usted puede decir que su vida y la de sus familiares y amigos, ha mejorado en los últimos 6 años?

Esta es una cuestión que atañe directamente al interés de supervivencia de la sociedad. Me explicaré aludiendo a un solo tema:

Por ejemplo, si usted puede disponer de mejores carreteras, ¿se siente seguro al circular por ellas? Y la seguridad atañe no solo a prevenir los accidentes de tránsito, también se relaciona con la certeza de no ser víctima de los ladrones, ya sea que vaya en vehículo propio o de transporte público. Lo real es que tanto en las carreteras, como en calles y casas de ciudades pequeñas, medianas y grandes, se siente que no hay seguridad. Se me dirá que eso ha ocurrido siempre y que no se le puede achacar responsabilidad alguna al gobierno. Pero si bien eso es verdad, no es menos cierto que antes los ciudadanos podíamos contar con algún medio para repeler a los asaltantes; ahora no. Y eso es obra del gobierno actual. Lo que pasó en Quito con un guardia de seguridad que -según la nota de la prensa- trató hace unos días de socorrer a un ciudadano chino que era asaltado en plena calle de la capital, me releva de mayor comentario. Lo real es que el guardia murió, porque mientras él intentaba proteger al asaltado sin armas, los asaltantes estaban armados. En eso ha cambiado el país para beneficio de los delincuentes y perjuicio de los ciudadanos, en total estado de indefensión.

Es que sin seguridad, de nada vale que hayan mejorado las prestaciones de la seguridad social; o que los hospitales hayan sido equipados con tomógrafos, mamógrafos, quirófanos modernos, resucitadores y otros instrumentos útiles para salvar la vida, porque ésta puede terminar de un tiro, cuando usted, su mujer, su hijo o alguno de sus familiares o amigos, circule por cualquier calle del país, ilusionado con el "sueño ecuatoriano" que la revolución ciudadana afirma haber construido.

Y la inseguridad pública sigue, incluso a despecho de no ser un problema de "percepción" como la desestimó un cejudo ex ministro del gobierno, de cuyo nombre nadie quiere acordarse. La inseguridad pública sigue porque se ha convertido en parte de la conducta social: un gobierno que sábado a sábado ataca a sus adversarios, burlándose de ellos con unos bufones expresamente contratados para ese fin, es un régimen que banaliza la convivencia. Y si se banaliza la convivencia, todos los valores que sustentan la vida y el respeto mutuo entre los ciudadanos también terminan banalizados. Entonces a nadie le pesará meterle un tiro al vecino, o apuñalar -borracho y drogado- al que se le cruce, tal como ocurrió en Quinindé. Esto, no ocurría hace 6 años.

Hace 6 años nuestra sociedad sentía los efectos de la corrupción quien sabe si en mayor escala que ahora. Pero nadie se comía un cheque para tragarse -literalmente- la prueba de la coima de la que pretendía usufructuar; pero nadie falsificaba un título para ser Presidente del Banco Central; pero no aparecía una valija de la cancillería con droga en el extranjero; pero no se nombraban jueces a dedo, premiándolos por haber fallado en un juicio contra un diario, juicio impulsado por el mismísimo Presidente de la República, acudiendo personalmente con protección policial y rodeado de ministros, a la sala de audiencias de la Corte; eso, y otras cosas más, no ocurrían hace 6 años. Ahora ocurren.

Y ahora ocurren, sin embargo de que hay buenas carreteras; de que las empleadas domésticas ganan el equivalente al salario básico unificado; de que el salario digno existe; de que se pueden hacer citas con los médicos de hospitales acudiendo a un call center; etcétera.

Sin dudas que hemos cambiado...


sábado, 2 de febrero de 2013

Mi hermano Óscar

Óscar nació exactamente 1 año y 24 días después que yo. Y desde entonces hemos hecho una muy buena amistad, matizada por los naturales desencuentros de la niñez y adolescencia.

Pero Óscar es, sin dudas, una de las personas que ha estado -con mi hermano Aurelio- más cerca de mí. Literalmente crecimos como mellizos. (Incluso, ahora de mayorcito, creo que subconscientemente me quedé de año en el colegio para terminar juntitos la secundaria. Y el problema fue que mientras él se graduó en enero, yo lo hice en abril)

Óscar es dueño de un espíritu muy parecido al de mi abuelo Avelino: es festivo, muy dicharachero, y diría que por eso toma la vida con calma y con mucha responsabilidad. Por ejemplo me gusta observar su desempeño profesional dedicado, que explica el aprecio de sus pacientes. Se de familias que han sido tratadas por él, desde los abuelos. Con esto no estoy insinuando que sea viejito, sino que empezó desde muy joven su apostolado de médico estudioso e investigador. Y eso le ha hecho acreedor a un gran prestigio.

Hace algún tiempo ocurrió que un señor me abordó para decirme que quería saber si iría al consultorio, porque había venido de "24 de Mayo" (así dice la gente -valga la digresión- confundiendo el nombre de la cabecera cantonal con el cantón; es como que usted dijera Guayas por Guayaquil), porque había venido de Sucre -decía mi ocasional interlocutor- a que les diera una consulta para él, sus hijos y nietos. Le quise seguir la broma, respondiéndole que ya me había retirado de la medicina y que me dedicaba a otros menesteres, pero desistí de esa chanza de mal gusto y muy afectuosamente le expliqué que me confundía con Óscar, que yo no más soy Enrique...

Pero desde entonces he pensado que si ya cuenta tres generaciones de pacientes (y hasta en una misma familia), quiere decir que son pocos los que se le han muerto.

Oscar nació el 2 de febrero de 1951. Está cumpliendo 62 añitos... Yo lo saludo con este blog, de mucho afecto y cariño, que lo comparto con ustedes. Perdóneseme el atrevimiento. Pero se trata de celebrar a mi hermano querido.