En sus 5 primeros años de gobierno, Rafael Correa ha hecho gala de una desmesura de poder inédita.
En efecto: desde el principio se enancó en el desprestigio del sistema político imperante -gracias al cual, paradójicamente, pudo ser candidato y presidente de la República- para cabalgar en una vertiginosa ruta de su proyecto personal, cuyo final no es otro que obtener el poder hegemónico.
Tal hegemonía le ha sido esquiva por dos factores: la permanencia en el sistema judicial de magistrados que no le resultaban confiables, ni siquiera cuando actuaban sumisos a sus deseos; y los medios de comunicación, que operaban según sus propios esquemas informativos y de opinión, que obviamente no coincidían con los que Correa había definido.
Para esto último, la fórmula de solución que encontró tempranamente fue hacerse de los medios incautados a la banca cerrada mientras por otro lado, presionaba para desaparecer en la televisión, en la radio, y en la prensa escrita, espacios de opinión que ofrecieran tribuna a sus reales o potenciales cuestionadores.
Para el sistema judicial encontró en el auge de la delincuencia y en generalizar la acusación de ser "corruptos" a los jueces, las dos caras de la medalla con la que los intimidaba y a su vez sacramentaba su metida de mano en la justicia. Ya tiene Corte Nacional de Justicia propia. Tal vez en mayor grado que la misma Asamblea Nacional. Y con ese instrumento, perseguirá a sus opositores con largueza y sin chance de que puedan defenderse.
Pero han pasado 5 años de este juego. Y lo que me llama la atención es que ni la prensa ni los políticos lo advierten. Más bien pugnan por convertirse en acompañantes de los pasos que cada día ensaya Correa.
Por ejemplo, deberían señalar que lo malo no está en que construya carreteras. Lo malo está en los sistemas de contratación que el gobierno ha usado para contratar su construcción. Otro ejemplo: lo malo no está en que se persiga la corrupción de los anteriores gobiernos. Lo malo está en que las denuncias de corrupción que pesan sobre el actual gobierno pasan como actos minimizados por la magnitud de las obras contratadas, y por la auto anulación de las facultades de fiscalización política en la Asamblea y de control, por la Contraloría.
En resumen, el problema está en que la agenda la fija Correa: promueve el debate sobre el asesinato de Alfaro ocurrido hace 100 años, para sin escrúpulo alguno autoproclamarse heredero de los enemigos y de la lucha del líder liberal. Y de ahí no pasa. Igual acontece con la rebelión policial del 30 de septiembre de 2010: la ha ido desplazando por el juicio a El Universo, pasando por alto que éste ocurre a causa de una opinión que versaba precisamente sobre el desenlace del levantamiento de los pacos.
Desde 2007, Correa ha determinado la Agenda del Ecuador en todos los campos: tan pronto habla del funcionamiento de un centro de salud, o de un retén de la policía; del Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea, como de la construcción de escuelas modulares, o el largo de las faldas de las asambleístas, o el pago de pensiones jubilares para la Fuerza Pública; etcétera, etcétera, etcétera. Y tiene a un país absorto ante sus presentaciones mediáticas, que no advierte cuestiones vitales y evidentes, como que la salud -y así lo reconoce Correa después de 5 años de gobierno- sigue siendo mal administrada en perjuicio de los más pobres.
Lo único cierto es que, mientras construye un sistema de hegemonía política, hecho una Pascua Correa tiene al país en ascuas...
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