El sector de "LA PLANCHADA" a la entrada de Las Peñas era -hasta antes de que se construyera el denominado Malecón 2000- un sitio plagado de delincuentes y gente de mal vivir.
Frente al Hotel Ramada, por ejemplo, unos negros se habían tomado toda esa zona que era parte del Paseo de las Colonias, y la convirtieron en vivienda donde, para ganarse la vida, recibían vehículos a cuyos propietarios les cobraban una tarifa por cuidado y lavado... Y pobre de aquel que se negara a pagar por el servicio completo: era agredido verbalmente y en una próxima ocasión hasta podía sufrir rayones en la pintura del automotor, si los negros lo identificaban como reacio a pagarles. Mientras hacían eso, bebían aguardiente y hasta practicaban sexo.
Lo que consigno, era parte del paisaje urbano que rodeaba a Las Peñas y en especial al Malecón. Pero todo Guayaquil era un basurero: recuerdo que en la intersección de P. Icaza y Escobedo, se apilaba basura: todos los días llegaba un chambero con su carreta tirada por un burro, el que se despachaba las cáscaras y tallos de racimos que las interioranas desechaban de la venta de plátanos asados en fogones instalados en la plaza de San Francisco y a lo largo del Boulevard.
En esa época, nadie de los de la revolución ciudadana de ahora, protestaba por la ofensa diaria que se irrogaba a la ciudad. Ni Octavio Villacrés, ni Cuero, ni Delgado o sus antepasados, salieron a condenarla. Peor los Diabluna o la María Fernanda Espinosa que -como muchos quiteños de esos años- se regocijaban porque el centralismo se había aprovechado de la irresponsabilidad de las administraciones municipales, para convertir a Guayaquil en una ciudad de mierda...
Entonces llegó León e inició una labor de restauración para recuperar a Guayaquil devolviéndole su jerarquía urbana. Tal labor continuada por Jaime Nebot, incluyó la regeneración de Las Peñas y del Cerro Santa Ana.
Y ese trabajo precursor pero definitivo para marcar la diferencia entre la ciudad caótica y sucia, y la actual, es lo que el Monumento le va a reconocer. Tal reconocimiento no necesita del permiso de nadie, peor de gente que no vive en Guayaquil o que viviendo aquí, se pudre por el furor de sus añejos odios contra el ilustre ex Alcalde y ex Presidente. Entonces hay que cerrar filas.
Propongo que el día en que llegue el Monumento vaya el pueblo -previamente convocado para ese fin- a observar y supervisar su desembarco. Y que de ahí, parta en marcha hasta el sitio indicado para su erección, depositándolo y declarándose en vigilia hasta que esté implantado en el sitio determinado por la autoridad municipal. Vamos a ver dónde se meterán toda esa fauna denVillacrés, Delgado, Espinosa y sus diablunas...
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