Para el presidente Rafael Correa, todo cuanto se denuncia como presuntos actos de corrupción cometidos por funcionarios de su gobierno, es producto de una conspiración perpetua, en la que es pieza fundamental la prensa "corrupta". No hay término medio.
En descargo del señor presidente, diré que no es el primer Jefe de Estado latinoamericano que utiliza igual argumento para enfrentar denuncias de este tipo. Por ejemplo Chávez en Venezuela hace igual. Y Cristina en Argentina, lo mismo. O, quizá con mayor experiencia en el manejo del tema, Ortega en Nicaragua. Y el mismísimo Fidel en Cuba.
A fuer de justos, en beneficio de Correa también hay que decir que atacar a la prensa buscando deslegitimarla cada vez que cuestiona a los gobernantes, no es solo un recurso usado en esta parte del mundo.
Sin ir muy lejos, el mismísimo Nixon cayó en ese vicio y terminó derrumbado con una imagen de villanía que lo ha perseguido hasta más allá de su tumba. Y Mitterrand, y Chirac en Francia; y González en España; y Berlusconi en Italia, para no mencionar otros casos europeos famosos, que no han dejado fuera a la mismísima realeza.
Todos, de una u otra manera, han volteado a mirar a la prensa, para buscar ahí a los culpables de las denuncias que los han puesto contra la pared.
Dicho esto para condicionar la escena, lo que queda claro de partida en el caso Duzac, es que hubo por lo menos una descomunal ingenuidad en la concesión del crédito de 800 mil dólares con el que fue favorecido. Y esa es la cuestión de fondo.
Me explico:
La mayoría de las empresas incautadas a los "banqueros corruptos" han sido virtualmente liquidadas bajo la administración del Estado.
Yo me pregunto, cuando veo a una persona fungiendo de todopoderoso de una de esas empresas incautadas: ¿qué hizo este indivíduo en su vida, para aparecer disponiendo de bienes que no son fruto de su trabajo o de su dinero?
Tenga usted amigo lector la seguridad de que -con las excepciones de rigor- cuando pomposamente se presentan como administradores de una empresa incautada, a esos individuos les importa menos que un rábano su rentabilidad, su presencia en el mercado, las relaciones con proveedores y clientes, mantener los activos, etcétera. Lo que les interesa es cobrar sus sueldos. Y hacer negocios en su propio beneficio...
Y les importa menos que un rábano, porque ellos no han puesto un solo centavo en la constitución de las compañías que administran. No arriesgan su patrimonio. Lo máximo que arriesgan es su cargo, pero con una jugosa liquidación de por medio.
Entonces, si no han puesto un centavo, les da lo mismo que quiebren o que prosperen. Por eso actúan con ineptitud. O con ingenuidad. O, como dice el viejo Código Civil, (artículo 29), no han manejado "los negocios ajenos con aquel cuidado que aun las personas negligentes y de poca prudencia suelen emplear en sus negocios propios. Esta culpa, en materias civiles, equivale al dolo"
(Imagínese a Carlos Marx Carrasco poniendo a sus muchachos a manejar los negocios bananeros de Alvarito. Alvarito por lo menos heredó la Bananera. Y si la quiebra, no será el primer heredero que dilapide la fortuna que le dejan. Pero uno de esos chapuditos hablacantado de las huestes del Carlos Marx, que seguramente sabe del guineo que es una fruta amarilla que le gusta pelar a los monos para comérsela, y nada más, de que la quiebra, la quiebra...)
Yo les aseguro que si alguno de los que aprobó el crédito a Duzac, hubiese tenido un dólar de participación accionaria en COFIEC, habría puesto un poquito de atención por lo menos a las garantías ofrecidas. Y hubiese votado en contra de la operación.
En el caso Duzac no hay conspiración de la prensa que ha publicado las denuncias respectivas.
En el caso Duzac hay una conspiración de aquellos beneficiarios de los negocios de las empresas incautadas a los banqueros corruptos. Y la conspiración consiste en vaciar las empresas.
Eso es todo.
sábado, 29 de septiembre de 2012
sábado, 22 de septiembre de 2012
La verdad
Preocupa la forma como el Presidente de la República enfrenta las acusaciones contra algunos altos funcionarios de su gobierno.
El caso de su pariente lejano Pedro Delgado, es clamoroso: hoy en su sabatina ha salido a defenderlo de manera furibunda, culpando a la prensa corrupta de perseguir a un funcionario honrado.
Para empezar, a mí me da pena Roberto Cuero, el ex gobernador de Guayas, que perdió su cargo por -entre otras- una denuncia según la cual se había comprado una casita en Playas, no en Miami... ¡pero también con su piscinita! Y la pena es porque al pobre negro no se le permitió el privilegio de presentarse en las sabatinas, ni de entregar documentos para demostrar profusamente lo legítimo de su casita en un balneario ecuatoriano, ni se lo mostró como víctima de la prensa corrupta: tuvo que resignarse a perder su cargo, comisarías y comisarios incluidos. Y ahí murió todo.
Hoy, en su afán de defender a su primo segundo, el Presidente Correa desafió a la prensa -y concretamente a Teleamazonas- para que denuncie a Delgado como autor de peculado, si creen que esa figura se dio en el crédito de US $ 800.000 que COFIEC le entregó al argentino Duzac (vaya usted a saber a qué ecuatoriano le otorgan un préstamo tan rápido y con garantías de otro); o si consideran dudoso el origen de los recursos para que don Pedro compre la casita en ese paraíso fiscal que tienen los gringos y que se llama Miami.
Nadie en su sano juicio tomará a pecho el desafío presidencial. El punto es que la justicia está bajo el poder del Presidente de la República, porque le metió las manos dizque autorizado por la Consulta Popular de mayo de 2011. Y el que lo dude, será porque no está enterado de lo que pasó con Chucky Seven, o con el juez que le concedió un recurso a Alvarito, o con algunos de los procesados por el chapazo del 30 de septiembre de 2010, o a los ingenuos miembros de la Comisión que investigó los contratos de Fabricio, etcétera, etcétera, etcétera. Entonces nadie, pero nadie, que tenga la cabeza bien puesta aceptará semejante desafío. Nadie. Y los que quieran investigar hasta hallar la verdad, deberán pisar con mucho cuidado, no porque teman las amenazas como Janeth Hinostroza, sino porque hay verdades que duelen y otras que matan... Lo confieso: creo en la honestidad del Presidente Rafael Correa Delgado. Por eso me preocupa la forma como ha asumido la defensa de sus funcionarios cuestionados. Según el Evangelio de San Juan, Pilatos cuando interrogaba a Cristo y ante su afirmación de que "Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz" hizo una pregunta: ¿qué es la verdad? Tal pregunta fue de político, de gobernante. Y se quedó eternamente sin respuesta. Porque la verdad que los gobernantes buscan no es necesariamente la que quieren saber. Ni menos la que se ajusta a los hechos y a las circunstancias que quieren manejar. Y en este caso de Delgado, la verdad no es necesariamente la que el Presidente Correa cree que debe prevalecer, porque se trata de su primo segundo, de su funcionario de confianza, del hombre perseguido por sus adversarios de la prensa corrupta, no. La verdad tiene que brillar por sí sola. Sin desafíos para poner como intermediarios de la verdad a jueces cuya verdad -precisamente- está severamente deteriorada. Preocupa la forma en que el presidente Correa quiere buscar la verdad...
El caso de su pariente lejano Pedro Delgado, es clamoroso: hoy en su sabatina ha salido a defenderlo de manera furibunda, culpando a la prensa corrupta de perseguir a un funcionario honrado.
Para empezar, a mí me da pena Roberto Cuero, el ex gobernador de Guayas, que perdió su cargo por -entre otras- una denuncia según la cual se había comprado una casita en Playas, no en Miami... ¡pero también con su piscinita! Y la pena es porque al pobre negro no se le permitió el privilegio de presentarse en las sabatinas, ni de entregar documentos para demostrar profusamente lo legítimo de su casita en un balneario ecuatoriano, ni se lo mostró como víctima de la prensa corrupta: tuvo que resignarse a perder su cargo, comisarías y comisarios incluidos. Y ahí murió todo.
Hoy, en su afán de defender a su primo segundo, el Presidente Correa desafió a la prensa -y concretamente a Teleamazonas- para que denuncie a Delgado como autor de peculado, si creen que esa figura se dio en el crédito de US $ 800.000 que COFIEC le entregó al argentino Duzac (vaya usted a saber a qué ecuatoriano le otorgan un préstamo tan rápido y con garantías de otro); o si consideran dudoso el origen de los recursos para que don Pedro compre la casita en ese paraíso fiscal que tienen los gringos y que se llama Miami.
Nadie en su sano juicio tomará a pecho el desafío presidencial. El punto es que la justicia está bajo el poder del Presidente de la República, porque le metió las manos dizque autorizado por la Consulta Popular de mayo de 2011. Y el que lo dude, será porque no está enterado de lo que pasó con Chucky Seven, o con el juez que le concedió un recurso a Alvarito, o con algunos de los procesados por el chapazo del 30 de septiembre de 2010, o a los ingenuos miembros de la Comisión que investigó los contratos de Fabricio, etcétera, etcétera, etcétera. Entonces nadie, pero nadie, que tenga la cabeza bien puesta aceptará semejante desafío. Nadie. Y los que quieran investigar hasta hallar la verdad, deberán pisar con mucho cuidado, no porque teman las amenazas como Janeth Hinostroza, sino porque hay verdades que duelen y otras que matan... Lo confieso: creo en la honestidad del Presidente Rafael Correa Delgado. Por eso me preocupa la forma como ha asumido la defensa de sus funcionarios cuestionados. Según el Evangelio de San Juan, Pilatos cuando interrogaba a Cristo y ante su afirmación de que "Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz" hizo una pregunta: ¿qué es la verdad? Tal pregunta fue de político, de gobernante. Y se quedó eternamente sin respuesta. Porque la verdad que los gobernantes buscan no es necesariamente la que quieren saber. Ni menos la que se ajusta a los hechos y a las circunstancias que quieren manejar. Y en este caso de Delgado, la verdad no es necesariamente la que el Presidente Correa cree que debe prevalecer, porque se trata de su primo segundo, de su funcionario de confianza, del hombre perseguido por sus adversarios de la prensa corrupta, no. La verdad tiene que brillar por sí sola. Sin desafíos para poner como intermediarios de la verdad a jueces cuya verdad -precisamente- está severamente deteriorada. Preocupa la forma en que el presidente Correa quiere buscar la verdad...
sábado, 15 de septiembre de 2012
Mi mamá
El pasado jueves 13 de septiembre, mamá cumplió 4 años de haber retornado a la Casa de El Señor. Y yo siempre evoco a los muertos, no para lamentar su partida, sino para celebrar sus recuerdos.
María Salomé Chávez Bailón nació en Sucre -entonces parroquia de Jipijapa- el miércoles 22 de octubre de 1913. Y como se acostumbraba entonces, su nombre corresponde al santoral que honra en la fecha a Santa María Salomé.
Nació y se criò en un hogar campesino, en el que predominaban las mujeres (7 hijas y 3 hijos); pero que frecuentemente debían "bajar" al pueblo desde la finca de El Anegado, bajo la mirada de sus padres Andrés Avelino y Zoila Leopoldina. En una de esas incursiones, Segundo Pedro Macías se enamoró de ella; y con los procedimientos nada ortodoxos de la época, la hizo su mujer cuando estaba cumpliendo aproximadamente 20 años de edad.
La circunstancia de provenir de un hogar numeroso, la educó para atender a una familia también numerosa: tuvo 9 hijos de los cuales sobrevivimos 8, (2 mujeres y 6 hombres), lo cual no dejaba de ser un prodigio, considerando que en esa época la tasa de mortalidad infantil era relativamente alta, por la incidencia de enfermedades como tosferina, tifoidea, viruelas, paludismo, y parasitosis, que diezmaban a la población. Sin duda que a la vigilancia de mamá se sumaban los conocimientos médicos de papá, a quien algunos le llamaban "maestro Macías" porque se atrevía a recetar con éxito antiparasitarios y reconstituyentes para en su orden expulsar los bichos instestinales y tonificar al organismo.
Entonces a mamá le correspondía asegurarse de la salud de los muchachos. No se andaba con vainas: si se trataba de sacar un diente flojo para la "muda" ahí estaba ella; lo mismo que si había que aplicar una inyección o hacer tomar un brebaje, o curar un corte o pinchazo.
También era amante de la buena presentación. Bien peinados -con muyuyo, para dominar el cabello rebelde- y con camisas y pantalones almidonados (que causaban escozor inaguantable), complementados con zapatos lustrosos, medias sin huecos y el infaltable pañuelo, para ir a la Escuela Pichincha, o a la Iglesia, o a las fiestas patronales o a los desfiles cívicos o a cualquier acto público.
Cada muchacho era sometido a una minuciosa inspección cuyo objeivo era verificar que en el aseo personal todo estaba en orden. O sea que nos inculcó la disciplina por el lado más fácil de entender y más difícil de olvidar: por la higiene. Y delegaba funciones asignando a los hermanos mayores, el cuidado de los menores: Aurelio respondía por Óscar y Fránklin por mí, hasta donde recuerdo.
Mamá era muy observadora, ya lo he dicho antes. Pero en tratándose de sus hijos y en cuestiones domésticas, esa capacidad de observación siempre le hacía predecir con acierto, lo que podría ocurrir. O adivinar lo que ya había pasado. Disciplinaba con un instrumento muy usual en esa época: un látigo de cuero de vaca, que a veces caía en medio de alguna algarabía para poner un poco de orden en la parroquia; y otras, constituía una amenaza pendiente de resolver -algo así como una tarjeta amarilla en el fútbol actual- en el instante menos esperado. A veces le bastaba solo una mirada...
Yo siempre la conocí como una persona incansable. Ya de adulto, cuando vivía en Urdesa Norte, a veces nos encontrábamos yo entrando en la casa para darme una ducha y regresar a clases de las 7 de la mañana en la Universidad, y ella lista para preparar el desayuno. Pero comoquiera que fuese la ocasión, lo cierto es que disfrutaba de lo que hacía en comidas -solía elaborar unos dulces y mermeladas deliciosas-; en limpieza de la casa; en lavado y mantenimiento de la ropa; en todo: nunca dejaba -por ejemplo- un plato sin lavar o un dormitorio sin barrer, o una camisa sucia sin lavar, o una cama sin tender...
Según escribió mi sobrino Öscar Enrique, Marujita Salomé partió con sus alas limpias. Y aunque se iba lentamente extinguiendo "como una pavesa", la luz que creó no se apaga porque sigue viviendo en quienes la conocimos y aprendimos a amarla. Lo que más brilló en ella fue su intuición maravillosamente extraordinaria de mujer y madre campesina.
Yo la extraño mucho.
María Salomé Chávez Bailón nació en Sucre -entonces parroquia de Jipijapa- el miércoles 22 de octubre de 1913. Y como se acostumbraba entonces, su nombre corresponde al santoral que honra en la fecha a Santa María Salomé.
Nació y se criò en un hogar campesino, en el que predominaban las mujeres (7 hijas y 3 hijos); pero que frecuentemente debían "bajar" al pueblo desde la finca de El Anegado, bajo la mirada de sus padres Andrés Avelino y Zoila Leopoldina. En una de esas incursiones, Segundo Pedro Macías se enamoró de ella; y con los procedimientos nada ortodoxos de la época, la hizo su mujer cuando estaba cumpliendo aproximadamente 20 años de edad.
La circunstancia de provenir de un hogar numeroso, la educó para atender a una familia también numerosa: tuvo 9 hijos de los cuales sobrevivimos 8, (2 mujeres y 6 hombres), lo cual no dejaba de ser un prodigio, considerando que en esa época la tasa de mortalidad infantil era relativamente alta, por la incidencia de enfermedades como tosferina, tifoidea, viruelas, paludismo, y parasitosis, que diezmaban a la población. Sin duda que a la vigilancia de mamá se sumaban los conocimientos médicos de papá, a quien algunos le llamaban "maestro Macías" porque se atrevía a recetar con éxito antiparasitarios y reconstituyentes para en su orden expulsar los bichos instestinales y tonificar al organismo.
Entonces a mamá le correspondía asegurarse de la salud de los muchachos. No se andaba con vainas: si se trataba de sacar un diente flojo para la "muda" ahí estaba ella; lo mismo que si había que aplicar una inyección o hacer tomar un brebaje, o curar un corte o pinchazo.
También era amante de la buena presentación. Bien peinados -con muyuyo, para dominar el cabello rebelde- y con camisas y pantalones almidonados (que causaban escozor inaguantable), complementados con zapatos lustrosos, medias sin huecos y el infaltable pañuelo, para ir a la Escuela Pichincha, o a la Iglesia, o a las fiestas patronales o a los desfiles cívicos o a cualquier acto público.
Cada muchacho era sometido a una minuciosa inspección cuyo objeivo era verificar que en el aseo personal todo estaba en orden. O sea que nos inculcó la disciplina por el lado más fácil de entender y más difícil de olvidar: por la higiene. Y delegaba funciones asignando a los hermanos mayores, el cuidado de los menores: Aurelio respondía por Óscar y Fránklin por mí, hasta donde recuerdo.
Mamá era muy observadora, ya lo he dicho antes. Pero en tratándose de sus hijos y en cuestiones domésticas, esa capacidad de observación siempre le hacía predecir con acierto, lo que podría ocurrir. O adivinar lo que ya había pasado. Disciplinaba con un instrumento muy usual en esa época: un látigo de cuero de vaca, que a veces caía en medio de alguna algarabía para poner un poco de orden en la parroquia; y otras, constituía una amenaza pendiente de resolver -algo así como una tarjeta amarilla en el fútbol actual- en el instante menos esperado. A veces le bastaba solo una mirada...
Yo siempre la conocí como una persona incansable. Ya de adulto, cuando vivía en Urdesa Norte, a veces nos encontrábamos yo entrando en la casa para darme una ducha y regresar a clases de las 7 de la mañana en la Universidad, y ella lista para preparar el desayuno. Pero comoquiera que fuese la ocasión, lo cierto es que disfrutaba de lo que hacía en comidas -solía elaborar unos dulces y mermeladas deliciosas-; en limpieza de la casa; en lavado y mantenimiento de la ropa; en todo: nunca dejaba -por ejemplo- un plato sin lavar o un dormitorio sin barrer, o una camisa sucia sin lavar, o una cama sin tender...
Según escribió mi sobrino Öscar Enrique, Marujita Salomé partió con sus alas limpias. Y aunque se iba lentamente extinguiendo "como una pavesa", la luz que creó no se apaga porque sigue viviendo en quienes la conocimos y aprendimos a amarla. Lo que más brilló en ella fue su intuición maravillosamente extraordinaria de mujer y madre campesina.
Yo la extraño mucho.
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