sábado, 15 de septiembre de 2012

Mi mamá

El pasado jueves 13 de septiembre, mamá cumplió 4 años de haber retornado a la Casa de El Señor. Y yo siempre evoco a los muertos, no para lamentar su partida, sino para celebrar sus recuerdos.

María Salomé Chávez Bailón nació en Sucre -entonces parroquia de Jipijapa- el miércoles 22 de octubre de 1913. Y como se acostumbraba entonces, su nombre corresponde al santoral que honra en la fecha a Santa María Salomé.

Nació y se criò en un hogar campesino, en el que predominaban las mujeres (7 hijas y 3 hijos); pero que frecuentemente debían "bajar" al pueblo desde la finca de El Anegado, bajo la mirada de sus padres Andrés Avelino y Zoila Leopoldina. En una de esas incursiones, Segundo Pedro Macías se enamoró de ella; y con los procedimientos nada ortodoxos de la época, la hizo su mujer cuando estaba cumpliendo aproximadamente 20 años de edad.

La circunstancia de provenir de un hogar numeroso, la educó para atender a una familia también numerosa: tuvo 9 hijos de los cuales sobrevivimos 8, (2 mujeres y 6 hombres), lo cual no dejaba de ser un prodigio, considerando que en esa época la tasa de mortalidad infantil era relativamente alta, por la incidencia de enfermedades como tosferina, tifoidea, viruelas, paludismo, y parasitosis, que diezmaban a la población. Sin duda que a la vigilancia de mamá se sumaban los conocimientos médicos de papá, a quien algunos le llamaban "maestro Macías" porque se atrevía a recetar con éxito antiparasitarios y reconstituyentes para en su orden expulsar los bichos instestinales y tonificar al organismo.

Entonces a mamá le correspondía asegurarse de la salud de los muchachos. No se andaba con vainas: si se trataba de sacar un diente flojo para la "muda" ahí estaba ella; lo mismo que si había que aplicar una inyección o hacer tomar un brebaje, o curar un corte o pinchazo.

También era amante de la buena presentación. Bien peinados -con muyuyo, para dominar el cabello rebelde- y con camisas y pantalones almidonados (que causaban escozor inaguantable), complementados con zapatos lustrosos, medias sin huecos y el infaltable pañuelo, para ir a la Escuela Pichincha, o a la Iglesia, o a las fiestas patronales o a los desfiles cívicos o a cualquier acto público.

Cada muchacho era sometido a una minuciosa inspección cuyo objeivo era verificar que en el aseo personal todo estaba en orden. O sea que nos inculcó la disciplina por el lado más fácil de entender y más difícil de olvidar: por la higiene. Y delegaba funciones asignando a los hermanos mayores, el cuidado de los menores: Aurelio respondía por Óscar y Fránklin por mí, hasta donde recuerdo.

Mamá era muy observadora, ya lo he dicho antes. Pero en tratándose de sus hijos y en cuestiones domésticas, esa capacidad de observación siempre le hacía predecir con acierto, lo que podría ocurrir. O adivinar lo que ya había pasado. Disciplinaba con un instrumento muy usual en esa época: un látigo de cuero de vaca, que a veces caía en medio de alguna algarabía para poner un poco de orden en la parroquia; y otras, constituía una amenaza pendiente de resolver -algo así como una tarjeta amarilla en el fútbol actual- en el instante menos esperado. A veces le bastaba solo una mirada...

Yo siempre la conocí como una persona incansable. Ya de adulto, cuando vivía en Urdesa Norte, a veces nos encontrábamos yo entrando en la casa para darme una ducha y regresar a clases de las 7 de la mañana en la Universidad, y ella lista para preparar el desayuno. Pero comoquiera que fuese la ocasión, lo cierto es que disfrutaba de lo que hacía en comidas -solía elaborar unos dulces y mermeladas deliciosas-; en limpieza de la casa; en lavado y mantenimiento de la ropa; en todo: nunca dejaba -por ejemplo- un plato sin lavar o un dormitorio sin barrer, o una camisa sucia sin lavar, o una cama sin tender...

Según escribió mi sobrino Öscar Enrique, Marujita Salomé partió con sus alas limpias. Y aunque se iba lentamente extinguiendo "como una pavesa", la luz que creó no se apaga porque sigue viviendo en quienes la conocimos y aprendimos a amarla. Lo que más brilló en ella fue su intuición maravillosamente extraordinaria de mujer y madre campesina.

Yo la extraño mucho.

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