Rafael Correa ha convertido a Guayaquil en una especie de joya de la corona que su reino necesita con urgencia adquirir. Su urgencia está marcada por las elecciones del 23 de febrero: él quiere que en esa fecha la ciudadanía escoja entre el modelo de gestión municipal y el suyo.
La sabatina de este 21 de diciembre no deja duda al respecto: le dedicó un gran segmento de su alocución semanal a atacar, amenazar, burlarse y disminuir la obra del municipio de Guayaquil, primero bajo la conducción de León Febres Cordero y desde 2000 a cargo de Jaime Nebot.
Para sus ataques utiliza dos argumentos: el primero es reconocer que sí se ha hecho obra pública municipal; pero que esta debería ser de mejor calidad, porque -lo aseveró- mientras en Isla Mocolí se construyeron rápidamente calles de hormigón, en Isla Trinitaria sus habitantes apenas cuentan con calles pobremente asfaltadas. Lo demás es lodo y polvo. Y ahí pretende marcar diferencias entre pobres y ricos, bajo la pretensión de aprovechar la brecha para construir un discurso que lo autoproclama defensor de los primeros y enemigo de los segundos. Concluyó con una amenaza: pondrá en Mocolí un programa de vivienda popular, aunque -así se le chispoteó la broma- tal vez facilite que los ricos tengan a mano sus choferes y empleadas domésticas. (Seguro que en su frenesí, olvidó que en la isla pelucona viven connotados amigos de su gobierno)
Pero lo que en su afán de revanchismo irracional pasa por alto, es que Mocolí no pertenece a Guayaquil. Y que Trinitaria es el resultado de invasiones y, por lo tanto, los asentamientos habitacionales que ahí se establecieron, fueron hechos al margen de cualquier planificación urbana elemental. De esto -como todo el país sabe- no es culpable Nebot, pues tales invasiones ocurrieron a finales de los años 80 con la construcción de la Perimetral. Como tampoco son culpables Nebot ni los socialcristianos-maderadeguerrero, de los asentamientos construidos rellenando los esteros en el suburbio oeste (desde las primeras décadas del siglo XX), ni en los Guasmos, (a finales de los años 70).
El otro argumento es que Guayaquil no tiene parques. Sostiene que es la ciudad con menor cantidad de áreas verdes per cápita, y cita a su favor, un estudio dizque hecho por la Organización Mundial de la Salud, que lo he buscado en su portal de Internet y no está en los archivos de la OMS. Quizá Correa no recuerda cómo eran los parques de Guayaquil hace 20 años. Porque pasar por alto la diferencia entre lo de antes y ahora, es insultar la capacidad de observación de los guayaquileños. ¿Quien no recuerda, por ejemplo, cómo era lo que hoy es el Malecón de El Salado?
No hay que decir más. Con ese recuerdo basta. Lo que sí es verdad es que en Guayaquil, la relación entre número de habitantes y metros cuadrados de áreas verdes todavía no es la ideal. Pero según el Banco Interamericano de Desarrollo-BID, Guayaquil si bien no está entre las primeras de América Latina, tampoco está última. Entonces no es que la ciudad es una catástrofe por falta de espacios verdes. No señor. Alguien le miente al Presidente para hacerle decir tamaña barbaridad.
Finalmente, el Presidente Correa mencionó varios proyectos de desarrollo urbano, que incluye un nuevo malecón y un tren urbano sobre superficie, para emular al metro que le construye a su alcalde capitalino. Hay que pedirle una sola cosa: si no gana las elecciones del 23 de febrero, tiene que comprometerse a cumplir con esos proyectos, que ya los anunció como obra de su gobierno para Guayaquil. No puede dejar de cumplirlos. Porque no hacerlos, equivaldría a castigar a la ciudad porque no le dio el gusto de sentarle en el Sillón de Olmedo a una ex empleada suya...
Y a propósito de la ex gobernadora, ¿por dónde andará, mientras su ex jefe se desgañita haciendo ofertas electorales, no para que voten por ella, sino para que le den la Joya que tanta falta le hace a su Corona?
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