El Presidente Correa ha hecho de su derrota un caso patético... El problema está en que no logra superarla. Y como no lo hace, tiende a repetir y repetir el mismo discurso de la campaña, como para justificarse.
Como dirían los muchachos, no oculta que está pica-porte.
En la comezón de su pica, parece no advertir que mientras más trata de minimizar el resultado electoral del 23 de febrero, más lo exalta; que mientras más vueltas le da a lo que perdió, más demuestra el valor que tiene para sus adversarios haberlo derrotado.
Con su actitud Correa me recuerda un episodio de mi vida estudiantil. Resulta que dos compañeros por uno de esos desencuentros tan comunes entre estudiantes, terminaron enfrentados a puñetazos. Los dos no tenían fama de ser buenos para jalar puñete. Pero sí de bocones. Y el menos bocón, le terminó pegando al que se creía más bacán. Solo bastó un golpe al rostro para que ahí terminara la historia.
Pero el que perdió nunca se resignó a su derrota. Empezó por culpar a los zapatos porque había resbalado; al resbalón porque se cayó; y terminó enojado con sus amigos, porque nada hicieron para evitar que el otro lo golpeara. Cuando queríamos pasar un momento divertido, le encamábamos cosas al perdedor para que se molestase y terminaba desafiando primero a uno, después a dos, y finalmente a todos, a probar que él sí sabía pelear y que nadie le podía ganar... La fanfarronada concluía cuando el menos peleador del grupo le aceptaba el desafío y en medio del silencio el vociferante compañero partía en retirada, ante la jocosa celebración de todos los circunstantes, incluyendo uno que otro transeúnte que se quedaba a disfurtar del momento. El pobre al final fue tratado como chifladito. Y es el recuerdo que tenemos de él.
El Presidente Correa está así, como el amigo del cuento. No se resigna a su derrota. Ahora desafía a que le ganen las próximas elecciones. Y dice que ganará 5 a 1; que el problema es que él y su partido se habían aostumbrado a ganar con paliza, y los otros también a perder, por paliza; pero que la diferencia está en que ahora ganaron apretaditos, pero ganaron... Etcétera.
Sospecho que quienes van a la sabatina a pedirle a gritos reelección, están disfrutando del momento; pasan una mañana divertida de sábado. Porque tanta cantaleta para no reconocer que perdió, mueve a risa.
Y lo grave es que no tiene en su círculo cercano alguien que le diga, ¡ya! supérelo.