sábado, 8 de marzo de 2014

Mis mujeres...

Yo tengo varias mujeres.

Algunas lo han sido momentáneamente; otras, lo han sido siempre; pero todas han dejado huellas en mi vida, de esas que así no más no se borran...

Y cuando hablo de tener varias mujeres, no hablo de la posesión sexual únicamente; o, para decirlo sin metáforas, de las amadas amantes. Hablo de esa posesión personal, que nos permite tener madre, esposa o compañera sentimental, abuelas, suegra, tías, hijas, sobrinas, amigas, comadres, compañeras de trabajo...

Y en ese contacto cotidiano, uno llega sabiamente a la conclusión de que si el mundo ha sido hecho para alguien, es para las mujeres.

Y para las plantas. Y para los animales. Y para la tierra. Y para el cielo. Y para el mar. Y para los ríos. Y para las estrellas.

Pero sobre todo, para las mujeres.

A mí me fascinan las mujeres en estado de embarazo.  No solo porque son el ejemplo vivo del milagro de la reproducción, sino porque constituyen un ejemplo del significado de la vida. Eso me provoca mucha ternura. Y un infinito respeto.

Yo tengo varias mujeres.  Todas son maravillosas.  Las que no he conocido, seguramente serán iguales a las que conozco.  O más.

Todas las mujeres son María, (mamá llevaba ese nombre), hayan o no concebido el Bendito Fruto de su Vientre.   Porque el amor de María supera cualquier interpretación humana: es simplemente eso, amor.

Y si María es por antonomasia la encarnación de la Mujer, la Mujer es la encarnación del Amor.


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