Una de las más socorridas mentiras con que la demagogia suele atacar en materia de economía, consiste en presentar al mercado como una creación "capitalista" donde confluyen individuos con ánimo de beneficiarse perjudicando a otros. Según ese criterio, los beneficiarios siempres tienen a su haber no solo un desmedido afán de lucro, sino también el respaldo factual de su poder económico y político, ejercido con la complicidad de quienes dirigen al Estado. Ergo, un Estado débil implica un mercado en libertinaje, donde se impone la ley del más fuerte bajo el principio de dejar hacer y dejar pasar...
Pero la realidad no es esa. Para empezar por el principio, mercados siempre han existido desde que el hombre comenzó a practicar el trueque: entregaba determinados bienes que tenía en exceso a cambio de otros que necesitaba. De ahí nació la inderogable ley de la oferta y la demanda. Cuando se inventó la moneda como medida de valor de los bienes que se transaban, el mercado dejó de ser una ocasional oportunidad para adquirir unas cosas entregando otras, para convertirse en un lugar de concurrencia de ofertantes y demandantes.
Los problemas surgieron más bien cuando el Estdo -alentado generalmente por intereses de los políticos- empezó a tener injerencia sobre el mercado, determinando qué tipo de bienes y en qué montos podían ser ofrecidos y comprados. Claro que también la moral y las costumbres, impusieron prohibiciones y penalizaron la compra-venta de ciertos productos, como los estupefacientes, por ejemplo. Mas esas son excepciones, cuyo riesgo real justifica la intervención del Estado limitada a lo que se llama la preservación del Bien Común.
El Estado es el primer beneficiario del mercado. De la intensidad de las transacciones puede obtener mayores ingresos por los tributos que pesan sobre estas operaciones. Entonces, bajo una óptica estrictamente utilitaria, no puede haber primariamente ninguna contradicción entre Estado y mercado.
El mercado también se beneficia del funcionamiento adecuado del Estado, en tanto sea árbitro confiable y en cuanto tenga la capacidad para hacer respetar los contratos. Estos papeles naturales, le prohíben al Estado ser jugador. Por ejemplo, si la ley sanciona la existencia de monopolios privados, no puede el Estado ejercer en el mercado nínguna actividad económica con estas características, porque entonces se convierte en un jugador privilegiado.
El mercado no es pues creación capitalista. El mercado antecede al capitalismo. O, para decirlo mejor, el Estado es una realidad de la que ningún sistema sociopolítico puede escapar, incluso los socialistas. Esto es tan cierto, que el socialismo "real" de la Europa del Este se derrumbó estrepitosamente ante su impotencia para sustraerse del dinamismo de los mercados.
Quienes hacen de la abolición del mercado su principio ideológico rector -bajo cualquier eufemismo, como decir verbigracia, que el Estado debe ser amo y no vasallo del mercado- terminan consagrándose a desentrañar los secretos de su funcionamiento y mueren enmarañados económicamente en su ley más simple: la de la oferta y la demanda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario