viernes, 17 de junio de 2011

Homenaje a papá

Permítanme dedicar este blog a la Memoria Ilustre de mi papá, Segundo Pedro Macías Cantos.

Segundo Pedro -tal como lo llamaban amigos y adversarios- nació en Portoviejo. Y aunque él nunca dio una fecha precisa de su nacimiento, con mi hermano Óscar la hemos fijado entre 1890 y 1891, tomando como referencia que fue reclutado para pelear por las tropas del gobierno en la guerra civil que lideró Carlos Concha, después del asesinato de Alfaro, en 1912. De modo que si en esa época la mayoría de edad se alcanzaba a los 21, su nacimiento bien pudo darse entre los años indicados. Este dato biográfico solo lo menciono porque es muy importante para comprender el entorno que debió superar, y que lo empujó a quedarse en la entonces parroquia Sucre del Cantón Jipijapa, a la cual llegó en diciembre de 1927, cuando quizá frisaba entre los 35 y 36 años.

Es que siendo don Pedro Macías Loor, su padre, miembro de una de las familias más reconocidas de la capital manabita, el hecho de no ser "hijo de matrimonio" lo marcó; al punto que Segundo Pedro fijó su rumbo de hombre pensando no en lo que quería ser, sino en lo que no quería ser... Y encontró en la música un elemento de reconocimiento social, en la pequeña ciudad que era el Portoviejo de principios del siglo XX. Entonces fue querido y reconocido por sus hermanos, de los cuales evocaba con especial afecto a Aparicio, tempranamente muerto a causa de la tuberculosis. Pero seguramente -esta es una inferencia mía- a sus 35 años Segundo Pedro llegó a la conclusión de que si debía buscar un lugar para realizarse, ése no era Portoviejo, porque ahí se le ofrecía lo que él no quería ser.

Entonces aprovechó que con su grupo de música fue a animar una fiesta en Sucre, y que con este motivo le pidieron quedarse impartiendo clases de guitarra a los jóvenes de la alta sociedad sucrense, para tentar a la aventura y hacer allí, en un pueblo tan cercano (apenas 30 km. de distancia) y tan lejano a la vez, (el trayecto tomaba por lo menos medio día, mitad a caballo y mitad en el tren que iba de Portoviejo a Santa Ana), lo que él quería ser: dueño y señor de sus actos. Dueño y señor de su destino.

De papá admiré dos aspectos de su carácter. El primero, su perseverancia. Fue autodidacta, pero no creo que lo fuera solo porque quería leer y escribir, sino porque entendió, con su innata alma de músico, que los valores se defienden primero con el intelecto. Y para ser intelectual hay que ser antes que nada, perseverante; es decir cultivar la firmeza de carácter como antídoto para las dificultades. Por esto me pareció un espíritu prometéico: era capaz de tentar con insistencia a los que usaban cualquier forma de poder en beneficio personal, evidenciando los engaños de que se valían para sus fines. Era irreverente.

La otra faceta de su carácter que admiré fue su aguda capacidad de observador, nunca carente de malicia; ni de esa fina ironía con la que evaluaba hechos, circunstancias y personas. Pero para ejercer esa capacidad, hacía falta ser un hombre bien informado: y lo era. Cuando no había televisión y la onda corta era un prodigio de la tecnología de la comunicación, se pasaba horas escuchando los debates en el Congreso, especialmente si se trataba de una interpelación a algún Ministro.

Y por eso de ser perseverante y observador, manejó su comercio de manera exitosa; y mientras lo hacía desafiando un medio adverso para él, por ser "afuereño", se empeñó en conducir el proceso de cantonización de lo que hoy es "24 de Mayo", y se convirtió en referente de la política local, (fue Jefe Político del Cantón, Presidente del Concejo y Primer Jefe del Cuerpo de Bomberos)

Como padre, Segundo Pedro era un conductor lejano pero muy atento al camino que sus hijos cruzábamos. La lejanía era una manera de respetar el desarrollo intelectual de sus hijos, sin dejar de ser severo a la hora de pedir rendición de cuentas. Por lo menos en mi caso, nunca cuestionó mi decisión de estudiar ingeniería y no leyes, (a lo que parecía estar predestinado). Ya en el umbral de la adolescencia trataba a sus hijos "de hombre a hombre". No se si leyó a Freud, pero nunca demostró preocupaciones por las actividades sexuales de sus hijos; y más bien banalizó la cuestión para no convertirla en el centro de frustraciones presentes o futuras.

De pequeño, sentía cierta ansiedad ante él. Hasta que un día, consumido por una fiebre terrible, desperté sintiendo en mi frente sus manos suaves, y en su mirada una gran preocupación: qué quieres, me preguntó, ¿el cura o la moneda? Y yo, absorto, sin entender a qué se refería le dije: que me curen. Tocándome la cabeza y sonriendo replicó: entonces no quieres ni al cura ni a la moneda. Y ambos reímos. Yo, sin saber por qué. Pero lo cierto es que en la noche ya estaba sin fiebre. Tenía 10 años. Al año siguiente, 1961, fui al Colegio Olmedo. Llegué acompañado por él. En el camino, transitando las polvorientas calles de
Portoviejo me contó el significado de la pregunta de escoger entre el cura y la moneda. Nunca le dije que mi hermana Rina ya me la había explicado. Pero ahí, en ese instante, sentí que habíamos trabado una amistad, que se mantuvo -a veces con altibajos de mi parte- a pesar de haber reprobado dos cursos en la secundaria.

Cuando murió, el 20 de enero de 1976, ya habíamos consolidado esa amistad, matizada con comentarios de política nacional y con esos sabrosos chascarrillos de trastienda que le solía conversar, para darme aires de que estaba en todas las jugadas, que sabía la última del gobierno y que podía pronosticar hasta su caída. Así ocurrió la última vez que lo vi con vida. Yo había ido a pasar el fin de año a Sucre, un poco despechado por el amor. Y mientras fumábamos cigarrillos "dorado" -cuya envoltura le evocaban viejos tiempos- le dije que la caída del dictador Rodríguez Lara era solo cosa de tiempo. Regresé a Guayaquil y cuando el 11 de enero fue sustituido Rodríguez Lara por un triunvirato militar, en una nota que me escribió resaltó lo acertado de mi pronóstico. Fue lo último que me escribió.

Yo he procurado ser papá, ejerciendo la misma visión de la vida que Segundo Pedro me enseñó. Ojalá mis hijos la entiendan con la misma fuerza que la entendí y practiqué...




1 comentario:

  1. Muy buena la historia de don Segundo Pedro, con su permiso agregare un link a mi blog de esta excelente narracion..

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