miércoles, 13 de julio de 2011

LA JUSTICIA AJUSTICIADA

Si algo debe estar claro para el país, en estos momentos de terrible confusión, es que la justicia -no los jueces, no los miembros del Consejo de la Judicatura, no los Magistrados de la Corte Nacional- ha sido ajusticiada.

Ajusticiamiento es, como se sabe, el acto de ejecutar a un condenado a muerte. A veces ha ocurrido, que tras juicios célebres, los verdugos fueron aquellos mismos a quienes el reo sirvió, demostrando un carácter pusilánime. Y en casos como estos las víctimas no despiertan compasión, como tampoco provocan repudio los ajusticiadores. Ambos, al fin y al cabo, son mutuamente culpables de felonía.

En el caso de la justicia ecuatoriana, su ajusticiamiento constituye el último episodio diseñado por los inspiradores de la Revolución Ciudadana para alzarse con todos los poderes. No es la primera vez que semejante hecho ocurre en Ecuador. En honor a la verdad, todo empezó con la dictadura militar de los años 70, cuando se dio lugar a la "justicia relativa". Y el daño fue tan grave, que uno de los mayores vicios de la democracia estrenada en 1979, fue precisamente la avidez por repartirse sin pudor juzgados y magistraturas. La justicia continuó siendo relativa, porque pasó a ser subalterna del poder político. La Consulta Popular del pasado 7 de mayo confirió un ropaje de constitucionalidad a semejante usurpación, poniendo en evidencia que solo restaba un pequeño paso para consumar de manera total e inapelable el ajusticiamiento.

¿Quién defiende a la dama de ojos vendados y espada en mano que simboliza a la justicia?: Nadie. Y nadie quiere ni puede defenderla porque en primer lugar, tal como ha sido manejada esa función del Estado, únicamente despierta sospechas en medio de una telaraña de corrupción, a despecho de la conducta de los pocos jueces y magistrados honrados que todavía la integraban. Entonces sus defensores bien podían ser tomados como beneficiarios de un sistema podrido hasta sus raíces. Mas tampoco anima a defenderla, la conducta timorata de sus integrantes. La Corte Nacional de Justicia fue conformada con los retazos que quedaron de la antigua Corte Suprema; y quienes aceptaron ocupar las actuales magistraturas simplemente se rindieron a la concupiscencia del poder.

Los últimos episodios protagonizados por un juez ad-hoc que destituyó, seguro de su impunidad, al Presidente del Consejo de la Magistratura son solamente los estertores del ajusticiado. Y no es que se deba defender al defenestrado, porque -repito- lo que menos provoca es compasión. No obstante lo dicho, también es verdad que un acto tan atrabiliario como la destitución mencionada, apenas es el abreboca de lo que vendrá: un tsunami que arrasará todo lo que encuentre a su paso.

Entonces prepárense para ver jueces que denieguen justicia porque están abiertamente intimidados; es decir que renieguen de la esencia de su investidura. Prepárense para ver jueces probos, que caerán vencidos por el peso del poder absoluto, cuando sus sentencias no satisfagan los afanes de terribles venganzas y de persecuciones sin nombre, ejercidas a través de una fiscalía propia.

En este panorama, lo único que quedará como resaca es que los verdugos de hoy serán los reos de mañana. Acontecerá lo que acontece con las tumultuosas revoluciones: quienes crearon los cadalsos para colgar a sus enemigos, terminarán ellos mismos arrastrados a padecer su propia medicina. Será terrible. Pero la Justicia -tal como se la concibe en un sistema democrático- solo resucitará y cobrará vida propia como una Función independiente del Estado, cuando haya caído el poder que la ha venido usurpando.

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