martes, 5 de julio de 2011

¿QUIÉN LE CONTARÁ A CHÁVEZ QUE EL CÁNCER LO VENCIÓ...?

Comenzaré declarando algo: me repugna que una enfermedad sirva para los fines del poder político. Esto incluye tanto a quienes usan de la dolencia para acorralar al adversario enfermo, cuanto al que utiliza su enfermedad real o supuesta, para crear la adhesión compasiva de sus conciudadanos, al margen de que simpaticen o no con él. En ambos casos se trata de envilecer la democracia, porque a nadie que sea bien nacido le agrada contender con un moribundo aunque éste todavía siga usando sus poderes para atacar y perseguir. Por principio democrático elemental, el poder político entraña siempre una posibilidad de nobleza. Y semejante comportamiento es innoble.

Hugo Chávez retornó de Cuba la madrugada del pasado lunes 4 de julio, proclamando que vencerá a la naturaleza. Es un acto de soberbia desafiante, como si a la enfermedad que aparentemente padece la pudiera intimidar su poder. Y en semejante desvarío ha olvidado por lo menos agradecer a Dios, por brindarle la oportunidad de enfrentar al mal que lo aqueja. Seguramente no quiere entender que en su postración si algo cabe es la humildad, incluso para tener el valor de padecerla. Y el cáncer es implacable: vidas hermosas se han rendido ante sus efectos malignos. A veces -y quiera Dios que tal sea el caso de Chávez- la voluntad y la Fe han provocado el milagro de la curación, bien para recuperarse con ayuda de la medicina o para sobrellevarla por la Gracia Divina, para alargar un poco más la vida.

Pero si de algo ha valido la desgracia que sufre Chávez, es para demostrar la pequeñez de su poder. La pequeñez de un ser humano que se mira incapaz de encumbrarse ante la adversidad y de asegurarle a sus acólitos que la revolución por él propugnada seguramente perderá el vigor cuando tarde o temprano pierda la vida. En este contexto, la muchedumbre que se ha volcado a las calles de Caracas para saludar al líder postrado, también palpa con desencanto que el final de ese proceso desordenado en que se han dejado sumir durante los últimos 12 años, inexorablemente se acerca. Será como salir de una borrachera interminable... ¿Y qué le quedará a los venezolanos cuando el comandante en jefe ya no esté? Simplemente comenzar de nuevo, para tratar de recuperar el tiempo perdido.

Chávez me recuerda al "Otoño del Patriarca". Los gobernados esperaban el anuncio de la muerte del dictador tantas veces repetido y tantas veces igualmente desmentido. "No sólo habíamos terminado por creer de veras que él estaba concebido para sobrevivir al tercer cometa, sino que esa convicción nos había infundido una seguridad y un sosiego que creíamos disimular con toda clase de chistes sobre la vejez, le atribuíamos a él las virtudes seniles de las tortugas y los hábitos de los elefantes, contábamos en las cantinas que alguien había anunciado al consejo de gobierno que él había muerto y que todos los ministros se miraron asustados y se preguntaron asustados que ahora quién se lo va a decir a él, ja, ja, ja, cuando la verdad era que a él no le hubiera importado saberlo ni hubiera estado muy seguro él mismo de si aquel chiste callejero era cierto o falso, (...)"

Quizá por eso mismo fue que le tocó a Fidel ir a decirle a Chávez que tiene cáncer. Y quién sabe si será el mismo Fidel quien se encargue de contarle que pese a su proclama revolucionaria de derrotar a la naturaleza, el cáncer -Dios no lo permita- finalmente lo derrotó. Pero si algo es cierto, es que Chávez no tendrá "las virtudes seniles de las tortugas" que caracterizan a Fidel. Y en consecuencia no morirá como Fidel: de viejo.

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