"Cuando la tiranía llega a establecerse dentro de una nación pequeña, es en ella más incómoda que en ninguna otra parte, porque al actuar en un círculo más restringido se extiende a todo ese círculo. Al no poder aferrarse a ningún gran objetivo, se ocupa de una multitud de pequeños. Se muestra a la vez violenta y vejatoria. Desde el mundo político, que es hablando con propiedad su dominio, invade la vida privada. Después de los actos aspira a regir los gustos; después de gobernar al Estado quiere gobernar a las familias"
El párrafo pertenece a Alexis de Tocqueville, (La democracia en América). Y lo recordé hoy, mientras escuchaba a Correa amenazar a un funcionario de la embajada de los Estados Unidos y al Colegio Americano de Quito, porque dizque ayer suspendieron las clases, por temor a que se presenten disturbios a causa de la conmemoración del 30S. Todo un presidente de la República, preocupado de algo que su ministro de educación lo puede resolver. Pero en lo de fondo, su actitud obedece a lo que Tocqueville advirtió hace 170 años: está invadiendo la vida privada de los ecuatorianos. Quiere también gobernar a las familias.
No voy a decir que Correa es tirano. Pero diré que está construyendo paso a paso, una tiranía. La prensa libre es su mayor obstáculo. Y por eso ahora ya la culpa -sin rubor, ni temor a que lo señalen como mitómano- de ser la verdadera causante de la insurrección policial. Insurrección a la que su mente le ha dado el nivel de Golpe de Estado. Eso fue un chapazo. Eso no fue golpe. Es que nadie oculta que los pobres pacos, sin dirección política, sin mando que los oriente, cayeron en los excesos que se expresaron en agresiones, como las presentadas en la cadenas de televisión por el régimen. Pero eso es episódico. Eso no es un golpe de Estado. Pinochet se quedaría verde de las iras, si un golpe de estado es comparado con un chapazo como el del 30S.
Y culpar a la prensa de ese acto, es como si en un partido de fútbol, cuando se desbordan las barras se quisiera achacar ese desborde, al hecho de que la prensa deportiva informe sobre el evento, entreviste a los protagonistas, opine sobre las fortalezas de los adversarios. Correa quiere tener un acto determinante para marcar la raya y poner él, por su propia iniciativa, a sus amigos de un lado, y a los que quiere perseguir del otro. Y los quiere perseguir para consolidar su proyecto hegemónico (que eso es la tiranía, en tiempos modernos). Y los quiere perseguir porque no tolerará que nadie interfiera en su proyecto de regir los gustos, de calificar con absolutismo lo bueno y lo malo de la sociedad, de dar favores a quienes él los considere digno de recibirlos. En fin, para actuar dentro de los protocolos que los tiranos inventaron, desde la antigüedad.
En Ecuador la democracia se ha ido convirtiendo poco a poco en una farsa más o menos ajustada a un solo actor: el Presidente de la República. Porque Correa no es demócrata. Correa es Correa. Correa se pasa ocupando de una multitud de pequeños objetivos: por eso va a los hospitales y reprende a sus ministros; por eso va al Registro Civil y reprende a los funcionarios a cargo; por eso se detiene en cada fonda del camino a probar los guisos y se mete a la cocina; por eso le mete las manos a la justicia, muerto del gusto; por eso etcétera de pequeños detalles enmascarados en un aparente gran objetivo: hacer una revolución. Para esa revolución Correa es el amo y señor de un país llamado Ecuador. Y punto.
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