Lo confieso: cuando leí la noticia sobre la muerte accidental del Viceministro de Comercio Exterior de Cristina Kirchner, en un hotel de Montevideo, en el que se hospedaba para asistir a la reciente cumbre de Mercosur, me quedé estupefacto.
Los primeros datos de la prensa argentina hablaban de hipoxifilia o de asfixiofilia como probables causas del fallecimiento, despejando así cualquier duda que pudiera sugerir el hecho de que el difunto fue encontrado desnudo, con trazas de semen y ahorcado con su propia correa, al pie de la cama que ocupaba.
Las investigaciones desecharon también la participación de otras personas en el desgraciado suceso, pues el sistema de seguridad monitorea las 24 horas del día el acceso a cada una de las piezas; y revisados los vídeos, no había ninguna evidencia de que alguien que no fuera el Viceministro, hubiese entrado a su habitación mientras él permaneció allí. La conclusión es -hasta ahora- irrefutable: el Viceministro de Comercio Exterior murió a causa de asfixiofilia o de hipoxifilia.
Mi curiosidad se avivó cuando leí que el decesado fue economista de élite del kirchnerismo, miembro de La Cámpora -el movimiento en que derivaron los "piqueteros", conocidos en Buenos Aires por su apoyo militante a Néstor primero y a Cristina después-; y que había adquirido reputación por sus posturas anticapitalistas, como víctima del fracaso económico que vivió Argentina hace una década. Fue esta circunstancia la que lo llevó a estudiar economía, y a deambular previamente por varios países de América Latina para palpar la realidad de la crisis que los asoló, y de la que culpan sin atenuantes a las políticas "neoliberales"
Mi curiosidad siguió en ascenso: como asfixiofilia o hipoxifilia, se conoce también a lo que se llama "asfixia autoerótica". Se trata de una forma de practicar la masturbación, provocando un breve período de asfixia por ahorcamiento, que según afirman sus cultores, estimula y prolonga el orgasmo. O sea, la clave está en apretar el gazñate, justo al momento en que se viene la eyaculación. Por internet me enteré que semejante práctica es común entre los esquimales y asiáticos...
El Viceministro era uno de los productos del kirchnerismo. Joven, de 34 años, parecía estar lleno de todas las acreditaciones que se requieren para transformar a la sociedad argentina con pasión. Y queriendo matar sus pasiones eróticas a manotazos, terminó muerto él mismo, envuelto en la correa de sus placeres solitarios.
En mi despertar frenético a la adolescencia, cuando uno comprobaba con asombro que hay placeres que están al alcance de la mano, tenía un grupo de amigos que competía contándole en la confesión al cura, verdaderos actos de acrobacia para encontrar la autosatisfacción. Estimulados por el aliento del curita para que confesaran hasta la última gota de su pecado, desafiaban la imaginación para llenar de urgencias las confesiones, y que el padrecito corriera a la sacristía a hacer quién sabe qué. Nunca supe que los hubiese tentado a verificar en su compañía, lo que estos teóricos de la masturbación inventaban. Pero de todas esas jocosas revelaciones ninguno habló de la hipoxifilia ni nada parecido.
Y gracias a Dios que no lo hicieron. Y ojalá que a nadie -así a los iniciados como a los doctos- tampoco se le ocurra imitar al Viceministro argentino. Ojalá. Porque hay placeres que matan. Y porque en Argentina, ya es suficiente la hipoxifilia que el gobierno practica, en nombre de una revolución donde una de sus prioridades es terminar con la prensa libre, por ahorcamiento.
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