Enrique Ayala, el socialista imbabureño residente en Quito -el mismo al que Jaime Nebot etiquetó de cojudo por sus humos de fumador de tabaco inglés en pipa- ha declarado para El Comercio de Quito (2012-01-22, pág. 4), que "no va a pasar" el intento del gobierno de cambiar el parte de defunción de Eloy Alfaro con el fin de consignar (100 año después) que fue asesinado por la oligarquía, la derecha y la prensa corrupta. Y sin ocultar su enojo, ha reconvenido a los periodistas que le hicieron la entrevista diciéndoles: "Vea, ustedes están obsesionados con pendejadas. ¡Están cayendo en la agenda de Correa, por Dios!"
Pero Ayala, historiador y rector de una universidad capitalina, no disimula su odio ancestral contra Guayaquil y los guayaquileños, para atribuirles haber nombrado dictador a Alfaro el 5 de junio de 1895; y de rebote, ser responsables de su asesinato... "Alfaro nunca fue simpático para la oligarquía. Pero era un gran líder militar y un político muy popular y por eso tuvieron que ponerlo en el poder y aguantarlo durante 17 años", asegura en una parte de su entrevista. Lástima por el historiador socialista. Ésa es la historia que él quiere escribir (y que la han escrito los historiadores quiteños, invariablemente) no obstante ser ajena a la realidad de los sucesos.
Los hechos son muy simples: el alfarismo machetero por si solo, no podía ganar nada. No dejaba de ser un movimiento "foquista" que respondía a los intereses de grupos sociales que se inscribían en la lucha entre posturas clericales y anticlericales, al igual de lo que ocurría en Colombia, pero con la gran diferencia de que en Ecuador no contaba con una base social amplia, articulada en un modelo de desarrollo económico estructurado sobre las bases del liberalismo.
El liberalismo romántico -por así decirlo- de Montalvo, Moncayo y otros pensadores, no calaba en la guerrilla alfarista. Y recién tuvo cabida al momento en que el fracaso de los gobiernos progresistas terminó precipitado por el episodio de la "venta de la bandera".
En ese instante, precisamente en ese instante, se necesitaba una propuesta de modelo económico. Y ese modelo era vital para enfrentar el advenimiento del siglo XX. Alfaro fue consciente de que ahí estaba la viabilidad de su lucha y aprovechó el momento para romper algunos esquemas de la estructura socio económica dominante, especialmente para construir un Estado laico. Por lo tanto, no fue que la oligarquía -como sostiene Ayala- lo utilizó, sino que la coyuntura política y popular vigente en Guayaquil, lo hizo jefe de la Revolución Liberal de 1895. Tan verdad es lo que digo, que el mismo Alfaro al concluir su primer período presidencial en 1901, decidió vivir en Guayaquil.
Alfaro estuvo vigente en la conducción del Estado por 17 años, para bien o para mal. Pero el liberalismo como doctrina no se consolidó. Más bien se fraccionó entre el placismo (los seguidores de Plaza Gutiérrez) y los leales a Alfaro. Estos últimos también se escindieron, en facciones dirigidas por Medardo y Flavio Alfaro, que no siempre obedecían las órdenes de Don Eloy.
En este ambiente abiertamente faccioso, donde se perseguía a periodistas, (el caso de León Vivar, reconocido por el mismo Ayala, es uno de los tantos que ocurrieron) y se vituperaba a los adversarios; donde la democracia era desafiada con el fraude electoral para no perder con papelitos lo que se había ganado a balazos; y donde el ejercicio de la intriga era usado como medio para resolver las crisis del poder (verbigracia la destitución de Leonidas García y las presiones a Emilio Estrada Carmona para que renuncie a la presidencia sin asumirla); ese ambiente faccioso, sostengo, fue el combustible que alimentó la Hoguera Bárbara...
Ayala no se quiere apartar de la visión de los historiadores quiteños, que calificaron -casi sin excepciones- a Alfaro de "indio analfabeto"; y que disimularon sus viejos resentimientos cobijados en las barbas de Plaza Gutiérrez. Fueron esos mismos historiadores que a guisa de intelectuales, apoyaron el golpe de estado de 1925 -que denominaron "Revolución Juliana"- y cuyo objetivo fundamental fue arrebatarle a la Ciudad su característico espíritu de generador de riqueza y progreso. A ese espíritu lo han llamado desde entonces "modelo primario exportador" manejado por la burguesía agroexportadora de los señores del cacao...
Son esos mismos historiadores que hoy hacen la vista gorda frente a lo que con benevolencia califican como "excesos" de la Revolución Ciudadana, aplaudiendo bajo la mesa que se quiebre a El Universo, por ser el mayor medio de prensa del Ecuador; como aplaudieron que a pretexto de la crisis bancaria, se arrasara a principios del siglo XXI con la banca guayaquileña dominada, según ellos, por "banqueros corruptos"...
Alfaro es un personaje de la Historia. Pero era un hombre de carne y hueso. Con virtudes y defectos. Su asesinato es repudiable. Y sin embargo, no hay que construir un mito ahí donde no existe, ni siquiera a pretexto de rectificar la historia.
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