Rafael Correa tiene razón cuando dice que sin una universidad de excelencia el país no puede desarrollarse. Pero esa es una razón parcial: una universidad de excelencia es consecuencia de una educación cuya excelencia es cuidadosamente establecida desde la etapa pre escolar. Entonces no hay lo uno sin lo otro.
El verdadero problema está en la educación básica. Y por ende, las soluciones también. Enfrentado y resuelto ese problema, todo lo demás viene por añadidura.
Recuerdo que quienes concluimos la enseñanza primaria a finales de los años 50, sabíamos al dedillo trabajar con fracciones; resolver problemas aplicando la famosa regla de 3; y sacar raíces cuadradas y cúbicas. Todo esto suponía un manejo de las cuatro operaciones fundamentales de la matemática; cierta aptitud para el razonamiento abstracto y -sobre todo- una capacidad para formular relaciones lógicas, en especial cuando se incursionaba en el cálculo geométrico. (Dicho sea de paso, sin calculadora ni ningún otro adminículo parecido)
En las zonas rurales, muchos profesores asumían sus tareas apenas apertrechados con los conocimientos de la escuela primaria. Y lo hacían muy bien. (Recuerden que el Escolar Ecuatoriano era una especie de mini enciclopedia del saber, donde había de todo: historia, geografía, gramática, aritmética, educación cívica, y moral)
Y en la secundaria no se diga. En tercer año, los cursos de preceptiva literaria (o de literatura, para ser lacónicos) nos iniciaban en las rimas y los recursos de la composición en verso y prosa. Y ya para entonces uno sabía -sin internet que lo ayude- dónde quedaba Ucrania, y cuál era la capital de Cañar.
Y cuando en la Universidad un profesor se enredó explicando a mi clase del primer curso de estática, el polígono de fuerzas, con mis compañares del Aguirre Abad lo rescatamos del pantano y le ayudamos a resolver el problema. (Claro que ya no regresó, quizá por un excelente sentido del pudor docente...)
Mi generación fue la que derribó los exámenes de ingreso a la Universidad. Aunque muchos de nosotros si rendimos las pruebas de admisión después del pre universitario (del que recuerdo con gratitud a Maestros como Thelmo Franco Parrales), algunos lideramos esa batalla que la ganamos con un argumento que hoy, 40 años después, nuevamente cobra vigencia: el título de bachiller debe ser el boleto que asegure el ingreso a la educación superior. De lo contrario -decía el socialista Manuel Agustín Aguirre desde el rectorado de la Universidad Central de Quito, y lo repetíamos nosotros- es un cheque sin fondo. O sea, a los 18 años de edad uno se sentía estafado, porque la República lo declaraba Bachiller y esa misma República no lo admitía en la Universidad...
Es cierto que con los años, el libre ingreso a la Universidad se convirtió en libre egreso. Yo he visto -y sigo viendo- abogados que escriben hay (del verbo haber) por ahí (del adverbio de lugar) y ni se sonrojan. O ingenieros que a pesar de su título no tienen ni la más remota idea de las matemáticas elementales. O economistas que creen que es una demostración de ignorancia hablar del Producto Bruto Interno y no del Producto Interno Bruto... Y he conocido a periodistas, que no tienen empacho en copiar la letra de un bolero, para entremezclarla en cualquier crónica sobre el trágico fin de amores despechados.
En ese entorno de libre ingreso y libre egreso, la educación terminó convertida en un negocio particular, en el que proliferaban títulos exóticos, (ingeniero en gastronomía, leí estupefacto como oferta de una universidad particular). Y para completar el despelote, el Estado fue perdiendo peso en la calidad y piso en la conducción de la enseñanza pública que quedó -salvo honrosísimas excepciones- en manos del MPD. Y los padres de familia, preferían encargar la educación de sus hijos a planteles privados, antes que exponerlos a ser carne de cañón como manifestantes y lanza piedras para que el MPD y la UNE presionaran a los gobiernos de turno.
Entonces llegó Correa y mandó a parar. Pero creo que por el lado equivocado. Porque está bien que haya frenado al MPD y sus huestes, sacándolos del manejo de la educación. Y está bien que busque mejorar la calidad de la educación básica. Sin embargo, los resultados que ha obtenido en 5 años de revolución ciudadana son tan precarios, que no creo que metiéndose a la educación superior logre éxito.
Por eso no comparto la decisión del gobierno de cerrar univeridades privadas perjudicando a miles de jóvenes que, sin alternativas posibles, verán reducidas todavía más sus oportunidades en el mercado laboral. Y estarán peor que sus padres cuando hace 13 años padecieron la crisis bancaria, porque ahora ya no tendrán chance de emigrar.
Entonces considero que el régimen primero debió impulsar a fondo los cambios en el sistema básico de enseñanza, bajo la certeza de que una vez que este fuese depurado, por añadidura las universidades chimbas solitas se verían obligadas a cerrar, porque la competencia profesional no les habría dado cabida a sus graduados. Y nadie en su sano juicio se presta para que lo estafen a costa de su propio dinero.
Ahora, esos jóvenes deberán juntarse en su desamparo a los que quedaron fuera de las pruebas de admisión en el sistema universitario. Serán los ni-ni que en la plenitud de sus vidas, tanto pesan social y económicamente en otras naciones del continente: ni estudian ni trabajan.
Esos ni-ni, estarán más cerca de ser protagonistas de cualquier forma de violencia social, incluso reclutados por organizaciones mafiosas. Y entonces comprobaremos con dolor que el remedio fue peor que la enfermedad. Dios no lo quiera...
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