Para un observador atento, el discurso anti delincuencia del Presidente Correa responde a la utópica visión socialista según la cual, es el sistema socioeconómico el que empuja a delinquir. Si ese sistema se destruye, automáticamente terminará la delincuencia.
De ahí se explica que, por ejemplo, no tuvo empacho en ir a la Penitenciaría de Guayaquil para solidarizarse con los presos y culpar a los socialcristianos de su condición. Como tampoco tuvo empacho alguno en defender la disposición legal que despenalizaba el robo de celulares, llegando al extremo de aconsejar a la gente que se dejen robar no más... Igual actitud ha observado en torno al narcotráfico, (prohibido olvidar), incluso perdonando a las mulas y compadeciéndose de la situación de esa pobre gente, que por ganarse unos dólares aceptan transportar pequeñas cantidades de coca u otra droga.
Pero la verdad no perdona: le explota en la cara cada situación.
Con la delincuencia, luego de decir que estaba estudiando seguridad pública y de admitir que su metida de mano en la justicia más bien incentivó la corrupción judicial -yavarizándola, chucky seven de por medio- y de designar todo un aparataje burocrático para perder la lucha contra la delincuencia entre ministerios y subsecretarías, ha concluido en pedir (ordenar dice él), que las Fuerzas Armadas se sumen a la Policía en la tarea de combatir a violadores, asesinos y asaltantes. Los jerarcas de las Fuerzas Armadas no han ocultado su renuencia a cumplir tal orden, y por ahí se han limitado a uno que otro operativo sin fines prácticos.
El fracaso será indetenible, incluso desde el plano de la añeja teoría socialista, porque habiendo reducido -como su gobierno lo afirma machaconamente- la pobreza, no hay cómo explicar ni justificar que la delincuencia haya crecido. La conclusión puede ser obvia: la delincuencia va más allá de la pobreza, porque es la prensa corrupta la que magnifica su accionar, con el fin de hacerle daño a la revolución ciudadana.
Lo mismo ocurre con el narcotráfico. Al punto que la narcovalija de Cancillería encierra todavía un misterio elemental: cómo llegaron los jarros con la cocaína líquida a los mismísimos salones de Najas. Ahí está una de las claves del caso, porque al parecer los jarros tenían patas y solitos llegaron (¿a paso de ruga la tortuga?) a embalarse cómodamente en la valija que salió camino a Italia. Nadie los vió. Nadie los tocó. Nadie los acomodó para su travesía intercontinental. ¡Qué misterio!
Pero el caso más dramático es el de la avioneta mexicana. Ahora resulta que no es que fallaron los caros radares chinos adquiridos por Ecuador y que todavía están a prueba y no operan, sino que también son culpables los otros países sobrevolados por la narcoavioneta, que tampoco la detectaron. Y el Presidente Correa, en vez de investigar el caso y las omisiones de controles que son evidentes, se empeña en negar y negar y negar cualquier responsabilidad de su régimen.
Correa luce empecinado en defender sus "verdades". Ese es un discurso que más temprano que tarde terminará agotándolo y generará rechazo en la ciudadanía. Porque cualquier cosa se puede decir para salir del paso, y entonces se cae en contradicciones cada vez más clamorosas.
A la gente común y corriente termina agobiándola la inseguridad, la constatación de misteriosos nuevos ricos, la arrogancia del poder. Y a la gente no hay nada que la motive màs y mejor, que una prensa que informe, que opine, que contradiga al poder. Eso empecina más a Correa... Es que el paradigma socialista que achaca al sistema la delincuencia, ha sido terriblemente vulnerado.
(Hoy lució tan agresivo con la prensa, no solo porque le enturbiaron su show de los derechos humanos de las Naciones Unidas en Ginebra, sino porque han puesto en primer plano los empecinamientos con que ha manejado su gobierno por 5 largos años)
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