La sabatina de hoy, me consternó: el Presidente Correa narró la historia de unas inaguraciones que fue a realizar en Lago Agrio, evidenciando su frustración ora porque un hospital de 60 camas ofrecido hace 5 años todavía no está terminado porque el diseño original lo aumentaron a 150 con el resultado de que no hay ni 60 ni 150 camas; ora porque no han comprado un edificio que ordenó adquirir unos meses ha; ora porque lo llevaron a inaugurar una central hidroeléctrica de 65 millones, mientras -según sus palabras- por ineptitud y desidia habían malogrado otra de 15 millones de dólares inaugurada un año atrás en el mismo sitio, y en protesta por lo cul, se negó a presidir la puesta en marcha de la nueva central.
Pero esto es lo anecdótico. Lo real es que, hombre inteligente como es, Correa quizá poco a poco ha advertido después de 5 años de gobierno, que una cosa es creer que el país funciona a punta de inaugurar obras públicas; y otra, muy distinta, es hacer que el país opere como una conjunción entre gobernantes y gobernados, entre administradores y administrados. De lo antes dicho depende un Estado eficaz y eficiente. Y lo que Rafael quizá constató en la última tanda de inauguraciones en la amazonia, es que la maquinaria estatal no depende para nada de su voluntad. De su voluntad solitaria...
Rafael se desgañita diciendo que está construyendo un nuevo país. Y puede ser verdad. El problema es que pretende construirlo con los mismos métodos de los gobiernos anteriores. Me explico: sigue el rito según el cual la obra pública es producto de la visión iluminada del líder y no del interés del Estado por satisfacer las necesidades de la población. Por eso es que las obras se construyen como quien coloca figuritas en un juego de monopolio; y entonces da lo mismo si funcionan de manera eficiente o si dejan de operar por una mala administración. O a causa del azar. A Rafael le faltará tiempo y recursos para visitar cada obra inaugurada y verificar si está funcionando de manera óptima.
En verdad el concepto de Estadista que domina al Presidente Correa, radica en una visión de gran capataz (o de Gran Hermano) de la sociedad. Por eso -por ejemplo- reprende a los directores provinciales de Obras Públicas, para que mantengan las carreteras "como una tacita de te". Por eso en la misma sabatina de hoy, hasta confundiendo al Marqués de Selva Alegre con su hijo, le impone al mediocre Alcalde de Quito el nombre del nuevo aeropuerto capitalino, incluso proponiendo a quienes estaban en la sabatina -en tono de chanza y mientras coreaba el nombre del Héroe del Pichincha- retener a Barrera hasta que acepte mantener el nombre de Mariscal Sucre para el nuevo aeropuerto. (Cosa que un Presidente no debe insinuar ni de broma, por los efectos que puede generar). Y por eso habla de tantas cosas, hasta de equipar buses con GPS.
Como el Gran Hermano, también el Gran Capataz es solitario. Por eso, en el caso de Correa, los ministros solo hacen lo que creen que pueda satisfacer sus deseos. Y generalmente no aciertan. Pero siguen siendo confiables a los designios presidenciales. De ahí que los recicla y les perdona la vida burocrática de manera pública, como hizo hoy con Esteban Albornoz. O como hizo hace poco con el gobernador Cuero, quien hasta ahora goza de su protección, a diferencia de las pobres comisarías que andan por los techos.
Es que en la soledad, al Gran Capataz le toca inaugurar obras... Pero sin dejar de levantar o bajar el pulgar, para ganarse la admiración aduladora de quienes lo siguen. Y para convencerse y convencer a los demás, de que el Estado dejará de funcionar, el día en que Correa pierda la voluntad de dominarlo. Dominarlo todo: la justicia, la legislatura, los gobienos seccionales y lo más apetecido de todo: la prensa corrupta.
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