martes, 12 de junio de 2012

Carta para Andrés Enrique

Hace 25 años naciste. El tiempo pasa a veces tan rápido, que no nos deja oportunidad ni para asombrarnos.

Cuando naciste me dije: Ya Dios me ha dado un hijo; ahora tengo que convertirlo en mi amigo, para compartir nuestros caminos. Por eso en estos 25 años me he esmerado en construir una amistad para ser compañeros de ruta.

Y tengo en tí a un amigo, porque el amor de padre a hijo es como una extensión del amor que sentimos provenir de Dios.

Dios es Amor. Y el Amor es Bondad. Y la Bondad nace de lo profundo del Alma.

Y el Alma es el Soplo Divino, que nos hace vivir todos los días tratando de superar debilidades para actuar en armonía -o sea, amigablemente- con nuestros semejantes y con la naturaleza, es decir con Dios. Ergo, Dios es Amor. Y amistad.

La auténtica amistad no es incondicional. Yo creo que se basa en la discrepancia, (por eso disfruto que seas barcelonista, jaja). Es que de cotejar amistosamente las discrepancias surge algo de la Verdad, que siempre será relativa.

La verdad no es lisonja. La verdad no es menoscabar a otros hasta humillarlos. La verdad no es solazarse con lo que uno cree como cierto.

La verdad es simplemente aquello que nos hace sentir en armonía con nuestro espíritu, que es obra de Dios; y que fundamentalmente nos hace entender al prójimo admirando sus virtudes sin juzgarlo por sus errores, (aunque siempre es bueno ayudar a encontrarlos para evitar que se extravíe el camino). Por esto la verdad es tan sencilla como ver al sol cuando sale. O como escuchar el canto de una ave. O como maravillarse cuando una planta florece en todo su esplendor.

O como ver al hijo querido desde la cuna, no sólo como una prolongación genética, sino como una Esperanza.

Y la Esperanza es la que nos hace emprender el camino de la vida. Por eso también te defino como compañero.

Cuando yo tenía 25 años, recién había descubierto en mi padre, tu abuelo Segundo Pedro, la esencia de un gran compañero. Por eso me dolió mucho su muerte, porque me pareció temprana debido a que apenas estaba empezando a entender lo edificante de su compañía.

No he querido hacer de esta carta una exposición cursi de mi amor paterno. Pero si así se entiende, doy mis disculpas: esa no es mi intención.

Mi intención es que cuando cumplas 50, vuelvas a leer esta carta... Para entonces, ojalá todavía yo viva en tus recuerdos, y en el de tu descendencia.

Un abrazo y un beso

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