sábado, 16 de junio de 2012

Yo, papá...

Como mañana es el día del padre, este blog lo dedicaré a nosotros, a los padres...

Se dice que ser papá en esta época, es una experiencia totalmente distinta a la que fue ejercer el oficio de padre en el siglo pasado. Pero yo creo que lo mismo pensaban nuestros padres, cuando comparaban sus vivencias con las de nuestros abuelos y bisabuelos.

Hay comportamientos naturales que normalmente definen -salvo honrosas excepciones- al padre como líder de la familia para supervivir, incluyendo su defensa frente a factores adversos. Es la evolución que la racionalidad impuso al hecho de que en las manadas, su dirección es asumida por el más fuerte y astuto de los animales. Esto condiciona una actitud cultural del rol paterno: papá lo puede todo, papá lo sabe todo, papá manda en todo...

Y no siempre es así.

Empezando porque los padres no siempre mandamos. Hay fórmulas magistrales para disimular esa terrible realidad. La más socorrida es: pregúntale a tu madre. O pídele permiso a tu mami. O ya le dí la plata a tu mamá, que ella te dé para lo que quieres... Eso, en la relación con los hijos. Y en otros menesteres, el tema es más dramático: "yo no sé nada de eso, pregúntele a la doña". O, "sabe usted, que estoy muy ocupado; hable con mi señora" Y así. Entonces los papás -por lo menos los de ahora- no mandamos en todo. Yo diría que mandamos casi en nada. Somos educadamente mandados: es lo que la sabiduría popular ha bautizado como ser mandarina.

Y de que lo sabemos todo... Si su hija adolescente anda con uno o dos noviecitos de ocasión, y usted como padre cariñoso se preocupa porque no quiere ser abuelo prematuro, apenas sospecha -reciclando sus experiencias juveniles con el sexo opuesto- y se cree obligado a advertir que la niña está en riesgo inminente de maternidad, esa sabiduría ancestral lo convierte en un ser degenerado. Qué sabes tú le dice indignada la esposa, si tu eras más tímido que ni bailar sabías. Y si se trata de otro tipo de sabiduría, puede usted ensayar los más ingeniosos artificios para resolver una ecuación de álgebra; y su hijo lo mira con un aire de conmiseración, va a "el rincón del vago" en internet y le trae la respuesta muerto de la risa, mientras usted se queda con una carilla llena de signos inútiles. Conclusión: los papás no lo sabemos todo...

Y eso de que papá lo puede todo se derrumba cuando usted va conduciendo, y se le aparece un vigilante de tránsito. Entonces, luego de que usted grita encolerizado amenazando e insultando, su mujer se baja del carro sonriente, va donde el vigilante y le entrega entre los dedos algo que parece un billete que se adivina no ser menor de 10 dólares, y retornada al vehículo le dice devolviéndole la licencia, toda enérgica: ya, maneja tranquilo y déjate de insultar a los señores vigilantes, porque la próxima te vas preso y no estaré para defenderte. Sus hijos lo miran: unos casi de manera penosamente condescendiente; otros en franca burla; y todos con gesto de admiración a mamá; mientras usted se pudre de las iras, tratando de no perder el control del volante. Ergo, los papás no lo podemos todo...

Pero aún así, seguimos viviendo la ternura de abrazar a nuestros hijos. De recibir sus besos, aunque los varones nos puyen con sus barbas. O de ver a nuestras hijas en pleno goce de su Bendita maternidad.

Y de sentir -como dice la salsa de Ruben Blades- que "solo quien tiene hijos entiende que el deber de un padre no acaba jamás"

Felicidades papás.

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