sábado, 23 de junio de 2012

Lugo, Correa y la legitimidad

Una cofradía -la del socialismo del siglo XXI- recorre Latinoamérica caminando "con la espada de Bolívar" desde mediados de la década, liderados por el comandante Chávez y eficazmente secundada por Rafael Correa. Por ahí también aparecen eventualmente Daniel Ortega, y Cristina Kirchner, todos ellos bajo la mirada vigilante de Fidel.

En junio de 2009, una de sus avanzadillas centroamericanas, el Presidente hondureño Manuel Zelaya, fue destituido por un golpe militar mediante el cual se arbitró una pugna de poderes que enfrentó a la legislatura y la función judicial, por un lado, contra el intento de Zelaya que por otro lado, quería cambiar la Constitución para reelegirse.

Y entonces Chávez en plenitud de forma, secundado por Correa pretendió con otros presidentes latinoamericanos ir a la mismísima Tegucigalpa dizque para reinstalar a su socio Zelaya en el poder del que había sido destituido manu militari. Fue un fracaso que la prensa corrupta minimizó con un piadoso manto de olvido.

Zelaya perdió el poder, a pesar de que intervino la insulsa OEA encabezada por su Secretario General Inzulza; y todo quedó consumado, incluso a pesar de las amenazas de Zelaya de retornar al poder. Lo único que quedó en pie fue la decisión de no reconocer al nuevo gobierno, boycot que poco a poco fue perdiendo vigor. Creo que el único que no reconoce al gobierno de Honduras es Correa. No sé si Chávez ya lo reconoció. Ni si igual lo hizo Morales.

Esa fue la primera baja de los socialistas del Siglo XXI. Vale decir que al parecer con el tiempo, el país centroamericano ha recuperado la normalidad, libre ya del empozoñamiento que Zelaya había introducido en la sociedad hondureña, desgarrada por la pobreza, el narcotráfico y la acción criminal de pandillas. Pero Zelaya queda como un actor notorio en la política de Honduras y todo dependerá de la fortaleza de sus adversarios para derrotarlo donde debe ser derrotado: en las urnas.

Ahora el turno le toca a Lugo. Más allá de su pasión obispal por darle más feligresía a la Iglesia, lo cierto es que estuvo muy lejos de ejercer el poder con la eficacia que la realidad socio económica de Paraguay le exigía. Y me pareció por lo menos un gesto de honestidad cristiana el de Lugo, aceptar su destitución -un golpe de Estado, técnicamente armado- y permitir que su sucesor asuma el poder, acatando una resolución constitucional del senado paraguayo.

Pero a pesar de eso, Correa sigue diciendo que no reconocerá al nuevo gobierno de Paraguay encabezado por Federico Franco, hablando de que es ilegítimo. Correa olvida que la legitimidad en las democracias nace de los órganos constituidos por la voluntad soberana de los ciudadanos. La legitimidad es lo que permite a las Funciones del Estado asumir las responsabilidades que la Constitución y las Leyes les fijan.

La contradicción entre lo legal y lo legítimo, nace cuando alguien -alegando el origen de su mandato obtenido en las urnas- no se siente obligado a cumplir la Constitución o las leyes, invocando para ese propósito que tiene el apoyo mayoritario de los ciudadanos. Es cierto: la legtimidad nace del mandato popular efectuado de acuerdo con la Constitución y las leyes pertinentes; pero esa misma legitimidad termina cuando el que está obligado a observar la Constitución y las leyes, simplemente las pasa por alto, o las aplica únicamente en cuanto les sean beneficiosas.

Lugo ha sido destituido mediante un procedimiento constitucional por el Senado. Creo que tal destitución es un error, porque así se encubrirá su ineptitud como presidente de Paraguay. Pero señalar el error es una cosa. Y cuestionar su legitimidad es otra.

Correa, como presidente de Ecuador, ha declarado que su gobierno no reconocerá al de Federico Franco, que sustituyó a Lugo, alegando que el acto puede ser legal pero ilegítimo. Y sin embargo, aquí entre nosotros protege a una prefecta que ha destituido de manera "ilegítima" al titular de esas funciones en Cotopaxi, en medio de una disputa indígena.

Según Correa, ¿a quién le dará legitimidad? ¿Al defenestrado César Umaginga o a su sucesora Blanca Guamangate?

Si aplica su tesis frente a Lugo, sin duda que no deberá reconocer a Guamangate como sucesora de Umaginga.

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