Si alguien debe quejarse de que los medios de comunicación no lo favorecieron en las 3 elecciones en que ha participado, es Alvarito. Puedo asegurar desde ya, que tampoco lo favorecerán en su cuarto intento.
Y Rafael Correa fue uno de los beneficiarios de esa falta de imparcialidad. Por ejemplo, Carlos Vera a voz en cuello proclamaba su anti alvarismo en las elecciones de 2006, confirmando así lo que ya había hecho antes, especialmente contra los candidatos socialcristianos. Seguramente lo hacía con el visto bueno de los dueños de la televisora, porque Rafael -prohibido olvidar- llegò al poder como abanderado del antifebrescorderismo.
Pero que la prensa adopte posiciones a favor o en contra de determinados candidatos en épocas de elecciones, no es ninguna novedad.
Incluso hasta para cocinar golpes de Estado, como ocurriò en la época de Alfaro, a quien tanto evoca el Presidente de la República: fue diario EL TELÉGRAFO quien denunciò el episodio denominado "venta de la bandera", convertido en detonante del 5 de junio de 1895 y por ende de la llegada del caudillo liberal a la jefatura del Estado, consagrándose así el triunfo de la Revoluciòn Liberal.
Estos hechos no convierten a la prensa ni en buena ni en mala, per se.
En general, la prensa devino fuente testimonial de la sociedad. Se ha llegado a decir que solo existe lo que aparece en los noticieros escritos, radiales o televisivos. Lo demás no cuenta. Y es cierto: a veces la prensa cubre con un manto piadoso determinados hechos que a su leal saber y entender pueden afectar las buenas costumbres o el ideal mismo de la comunidad. Y bajo esta òptica, nadie la puede reprochar como tendenciosa.
Sin embargo, la duda que siempre quedará es saber quién diò a los propietarios o a los directores de los medios -y peor a los editores de noticieros de TV- la facultad para decidir què información afectará a las buenas costumbres. Y què son exactamente las buenas costumbres, en cuyo nombre recortan textos y editan imágenes...
A pesar de todo, bueno tambièn es reconocer que en elecciones, la prensa sirve de catalizador para precipitar en esa mezcla de ofertas y demagogia, lo bueno y lo malo, lo deseable y lo indeseable, lo posible y lo imposible, lo teórico y lo pràctico, y todos los demàs factores ponderables e imponderables que se puedan encontrar en las proclamas de los candidatos.
Cuando la prensa asume ese papel, hace un servicio social que no está excento de riesgos. Uno de los riesgos es propiciar que ganen las elecciones charlatanes y aventureros, disfrazados de revolucionarios. Así ocurre en todas las sociedades democráticas; pero ese riesgo es menor que el de tener a una prensa amordazada, que ni siquiera por excepción permita a los ciudadanos conocer los flancos débiles de los candidatos, porque todos están adocenados por el poder de "el Supremo". Como ocurre en Cuba. Como està ocurriendo en Venezuela. Como inexorablemente parece que ocurrirá en Ecuador.
Entonces queda claro que el problema no reside en que la Prensa use su influencia mediàtica para hacer ganar a un candidato -insisto, como ocurrió con el desconocido Rafael Correa, quien antes habìa sido fugaz ministro de un gobierno surgido de una típica operación de putsch, orquestada precisamente por la partidocracia- que encarne, como apuesta, las esperanzas de mejorar las condiciones de vida de la sociedad (o también, por què no, de obtener mejores oportunidades para sus negocios de comunicación). No; el problema es todo lo contrario: que el ungido, una vez encaramado en el poder, trate a la Prensa peor que a enemigo. Y termine pretendiendo arrebatarles santo y limosna.
La Prensa en elecciones cumple un papel natural, que ninguna ley podrá regular ni siquiera a pretexto de conseguir imparcialidad. Ese papel es tan natural, como el que cumplen los pulmones oxigenando al organismo. Y eso lo sabe Correa. Y eso lo sabe la misma Prensa.
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