Durante 4 horas el país espectó un acto de impudicia desde el poder, que rebasa cualquier límite de imaginación en una democracia.
Porque si algo estuvo claro a lo largo del informe que el Presidente Correa presentó ante la legislatura, fue que no se trataba de la rendición de cuentas con fines de fiscalización, que por norma constitucional tiene la obligación de realizar ante sus mandantes -representados en la Asamblea por los asambleístas- sino que todo fue un acto proselitista, para ensalzar lo bien que el gobierno cree haber hecho y para reprender a quienes desde la legislatura y desde el Consejo Nacional Electoral, no hacen sus tareas conforme espera el Primer Mandatario.
Los ciudadanos esperábamos que el Presidente de la República nos diga qué pasó con las inundaciones; por qué se siente más la inseguridad pública y el avance de la delincuencia en todos los ámbitos de la vida nacional; qué pasó con el dengue y las muertes que provocó; por qué la justicia sigue peor a pesar de que prometió meterle la mano para corregirla; qué ha hecho para erradicar la corrupción y para exigir sanciones en hechos clamorosos como el de la narcovalija; qué pasa con la seguridad social en manos del IESS, cuyo director general ha hecho mutis por el foro para pretender pasar inadvertido en el caso de las firmas falsas para inscribir -entre otros- a su partido Avanza, que presumía más temprano de ser aliado del Presidente Correa.
Eso y mucho más esperábamos los ciudadanos, porque el de ayer se trataba -insisto- de un acto en que el mandatario tenía que rendir cuentas ante sus mandantes, representados por la Asamblea Nacional. Y no fue así.
El de ayer fue un acto en que el Presidente Correa reiteró que él, sólo él y nadie más que él, manda en Ecuador.
Ese ejercicio del poder, es capaz de perdonarle la vida a Cuerito, por ejemplo; pero también es capaz de pedir castigos severos para un dirigente indígena que proteste contra cualquier acto del gobierno. Y para ambos efectos sabe que cuenta con jueces de bolsillo.
Por eso, para cerrar la rosca del poder impúdico que ejerce, fue que ayer no dudó en llegar al seno de la mismísima Asamblea (o sea a la sede de la Función del Estado que a más de legislar tiene el mandato constitucional de fiscalizar) para exigir con desenfado que sancionen a cuatro asambleístas conocidos públicamente por no ser afectos al régimen; y para reprender a su ex Secretario de Aguas y hoy presidente del Consejo Nacional Electoral, por no haber establecido la diferencia entre firmas verificadas y verificables, con lo cual su partido Alianza País, también fue arrojado al limbo de la partidocracia, que él tanto se ha esmerado en condenar al infierno.
(Esta sutileza entre lo verificado y verificable, me recuerda una anécdota de Camilo J. Cela. Se cuenta que siendo el escritor miembro del Parlamento de su natal España, cabeceaba un sueño para disipar los efectos del discurso de algún diputado; acto por el cual quien presidía la sesión le reprochó diciéndole: usted está dormido, diputado Cela. Y el aludido respondió: que no estoy dormido, sino durmiendo. Sorprendido, el presidente le pide que no se burle porque es lo mismo estar dormido que durmiendo. Y Cela: que no es lo mismo. Y el Presidente: que es lo mismo. Para zanjar la porfía el Presidente le pide a Dn. Camilo que le explique la diferencia entre estar dormido y estar durmiendo. Y el aludido saca a relucir su ingenio respondiéndole: es la misma que hay entre estar jodido y estar jodiendo!)
Las firmas verificables y las verificadas, tienen la misma explicación de Cela. La diferencia está exactamente en la distancia que hay entre estar jodido y estar jodiendo. Los jodidos son los partidos que no son afectos al gobierno, que los terminará, de seguro, jodiendo.
Como nos ha terminado jodiendo el informe de 4 largas horas que ayer nos hizo calar el Presidente de la Reepública, para hacer gala del significado de la impudicia del poder.
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