domingo, 21 de octubre de 2012

99 años

María Salomé Chávez Bailón estaría cumpliendo, mañana 22 de octubre, 99 años.

Pero ella partió el 13 de septiembre de 2008, 39 días antes de arribar a su nonagésimo quinto aniversario.

Yo la evoco porque me parece que es eterna. Porque aunque admito su desaparición física la siento en algún lugar, como siempre solía estar: casi inadvertida; y, sin embargo, presente.

María Salomé nació el miércoles 22 de octubre de 1913. Sus padres fueron Leopoldina Bailón Arteaga y Andrés Avelino Chávez Constante.

Por el lado materno, su ascendiente era oriental. Los Bailón estaban radicados en Portoviejo y Santa Ana, dedicados al próspero negocio de los sombreros de finales del siglo XIX y principios del XX. Mamá sabía tejer sombreros y entiendo que sus hermanas también. Ese ascendiente oriental es al que debemos los ojos achinados. (Algunos me llaman cariñosamente el "chino" Macías)

Por el lado paterno, los Chávez eran una familia de campesinos muy reconocidos en Sucre y sus alrededores, dedicados a la agricultura; además, mi abuelo ocasionalmente integraba las "postas" constituidas por individuos físicamente fuertes, que hacían transporte a lomo de bestia desde y hacia Sucre, llevando o trayendo cargas y personas. Eran, para decirlo sin eufemismos, arrieros: buenos para beber aguardiente, y valientes a la hora de tirar puñete o machete... Por Olmedo -una de sus rutas- llegaban a Balzar; y si se atrevían, avanzaban hasta Guayaquil, siguiendo el sistema fluvial del Guayas.

Mi abuelo conversaba que su amor por Leopoldina -yo no la conocí- nació a primera vista. Y luego de una breve aventura como recluta -en la que sufrió la agresión cotidiana de los instructores militares de origen serrano, a quienes nunca perdonó por eso- regresó para sacarla de la casa de sus padres, y llevársela a vivir a la finca cafetalera de El Anegado, una pequeña heredad familiar al este de Sucre. Ahí formaron hogar, siendo mamá la tercera o cuarta de las hijas.

Mi abuela murió relativamente joven. Y mi abuelo nunca buscó otra mujer para consolar su viudez o para terminar de criar a los 8 hijas y 3 hijos que procrearon.

Mamá fue la más fecunda de sus hermanas, quizá seguida por la tía Isabel. Y en ese vientre fecundo, se parecía mucho a la abuuela Leopoldina.

Mi abuelo Avelino se sentía muy ligado a mamá y a sus nietos. Cuando mis hermanas Rina y Melva tuvieron que ir a Portoviejo a estudiar, era él quien se encargaba de llevarlas, sorteando todos esos obstáculos de que estaba sembrado el camino elemental que entonces era lo que es hoy la carretera hasta Lodana, lugar donde tomaban el autocarril a Portoviejo.

Y a nosotros, los más pequeños, nos alegraba las tardes con sus relatos sobre aparecidos y demonios, en los que mezclaba cuentos sacados de las Mil y una noches, y uno que otro chascarrillo "colorado"... Algún día escribiré sobre este hombre fascinante que fue mi abuelo.

Como siempre he dicho, el recuerdo más vivo que tengo de mamá es su laboriosidad. Era incansable: desde antes que despuntara el sol hasta casi las 10 de la noche, estaba en pie. Amaba a las plantas: en el solar de la casa familiar, había hecho un jardín, en el que mezclaba dalias, rosas, begonias, margaritas, veraneras, con mangos, naranjos, limoneros, higos. Y también a los pájaros: tanto se deleitaba enseñándole a silbar ciertas canciones a un cacique de vistoso plumaje negriamarillo, o a un chao gris, como a hablar a un pequeño periquito. Criaba gallinas y pavos. Y algunas veces, hasta chanchos en corrales construidos en el patio.

Ninguna de esas actividades la privaba de atender la casa: ordenar el aseo de los hijos, cuidar con rigurosas medidas hasta de cuarentena a los que se enfermaban; incluso supervisar o realizar directamente el lavado y planchado de ropas y fregado de pisos y baños, solo para mencionar las tareas más arduas. Ni siquiera cuando fue perdiendo la lucidez, por el paso de los años, y cuando ya todos habíamos alcanzado la mayoría de edad, dejaba de hacer lo que tenía que hacer.

Así era mamá. Yo siempre la evoco porque me parece eterna. Y llena de Gracia, como el Avemaría...

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