En su sabatina de hoy, el presidente Rafael Correa rompió todas las reservas que había dejado respecto a la certeza de su candidatura presidencial.
Y planteó sin ambages la línea maestra que observará en la campaña electoral que ya ha iniciado: será -como la que Chávez acaba de protagonizar en Venezuela- una lucha entre pobres y ricos; entre pelucones y pueblo; entre revolucionarios y partidocracia. No habrá término medio...
Ojo: se ha cuidado de no plantear la cuestión como una querella entre izquierda y derecha. O entre varias tendencias de la izquierda a la que él dice pertenecer, o de la derecha a la que él dice aborrecer, (no obstante que algunos de sus más conspícuos colaboradores comen y viven con la derecha...) Pero no. Esa distinción no cuenta por ahora. Por ahora lo que cuenta es proponer una línea demarcatoria entre lo que representa él commo candidato y como presidente, y lo que representan los demás.
Esa línea demarcatoria encarna el mismo dilema que animó a Francisco Pizarro en Isla de Gallo: o ir tras las riquezas de Perú, o tras la pobreza de Panamá.
486 años después, Correa formula su propio dilema no en el círculo estrecho de un puñado de hombres ávidos de conquistar la gloria, sino ante más de 14 millones de ecuatorianos: aquellos que se atrevan a cruzar la línea que él y sólo él puede trazar, estarán con la partidocracia -banqueros y prensa corrupta incluida-; pero los que se queden junto a él y su socialismmo del siglo XXI, serán los verdaderos revolucionarios que -por añadidura- añoran a Fidel y a El Ché, el uno por haber instaurado en nombre de las libertades un régimen totalitario que ya suma 53 años en el poder; y el otro por haber muerto en un país que no era el suyo, tratando de instaurar un régimen igual al que contribuyó a instituir en Cuba, con ejecuciones sumarias de por medio.
Quienes se quedaron con Pizarro en 1526, pasaron a la historia como los 13 de la Fama. No sé cómo pasarán a la historia los que se queden en 2012 junto a Correa, pero lo que sí sé es que después de la campaña electoral y al margen de que gane -lo más probable hasta ahora- o pierda, nada será como antes en el Ecuador.
Y nada será como antes porque si reedita su mandato, lo hará con una experiencia de 6 años en el ejercicio del gobierno. Al margen del hecho cierto de que ningún presidente de Ecuador acredita un período de más de un lustro obtenido por sucesiva elección popular, cabe considerar que tampoco nadie ha logrado una acumulación de poder similar a la que ostenta Correa. ¡Nadie!
Precisamente esta constatación es la que da al dilema de su reelección un contenido especial. Especialísimo. Es que no se trata de una elección más, ni de escoger entre dos opciones más o menos divergentes en cuanto a sus orientaciones partidistas. No.
Se trata de darle viabilidad a un modelo hegemónico de ejercer el poder, en el que la prensa no sea obstáculo para su implementación; un modelo en el que los disensos se etiquetarán como actos contra revolucionarios -y por ende perseguibles hasta su exterminio-; y un modelo que buscará construir un "nuevo hombre" porque el anterior representará todo lo malo, todo lo negativo, todo lo aborrecible del capitalismo.
Correa no se anda con rodeos: no es al azar que formula los objetivos de la lucha electoral que ya ha empezado. Los menciona con nombres y apellidos, pero no solo para tomarlos omo chivo expiatorios una vez ganada su reelección, sino para tenerlos de rehenes, premunido de los privilegios políticos que le depara ser presidente y candidato. Sus nombres y apellidos son: la banca privada y la prensa no oficial.
A la banca -dijo en la sabatina de este 13 de octubre, reiterando lo que ya había anunciado días ha- le quitará sus utilidades para con ellas pagar el aumento al bono de la pobreza de 35 a 50 dólares. Sabe que de cometer ese atropello, contará con el beneplácito de "su" mayoría y el silencio cobarde de otros.
Y para redondear ese beneplácito y ese silencio, obligará a la prensa -esto no lo dijo, pero se infiere de sus palabras- a convertirse en propiedad de fundaciones sin fines de lucro, (es decir, que sean algo así como El Telégrafo, o como TC o como GamaTV), para lo cual arrebatará a sus propietarios el control accionario de las respectivas empresas.
Entonces el dilema queda evidenciado.
Correa no lo ha ocultado.
Los que quieren ocultarlo son aquellos que todavía creen que esas amenazas son solo vainas de candidatos... O farfantonadas de los sábado. Será tarde cuando caigan en cuenta del terrible error en que han caido.
He ahí el dilema. He ahí el caso. He ahí la cuestión...
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