sábado, 10 de noviembre de 2012

Doña Ida Luisa

Me acabo de enterar de la muerte de la señora Ida Luisa Cedeño.

La recuerdo como la expresión ideal de la maestra rural: siempre amable con los alumnos -al menos nunca aprecié un atisbo de mal trato o gesto descortés- y, aunque no fue mi profesora, su voz aguda, sin dejar de ser delicada, y sus gestos enérgicos, comunicaban a los niños de la Escuela Fiscal Pichincha de Sucre, 24 de Mayo, Manabí, mucha calidez.

Como he contado varias veces, yo crecí en un ambiente semirural. Me eduqué en la Escuela Pichincha, a la que ingresé a la edad de 5 años.

La señora Ida Luisa era casi vecina nuestra. Nunca la ví con un gesto empozoñado, que se habría entendido porque a veces era inevitable no tenerlo debido a ese viejo dicho de que pueblo pequeño infierno grande...

Al contrario, cuando tenía que cruzarse con mi papá -que era adversario político de su marido y de su familia- saludaban respetuosamente. Incluso algunas veces escuché elogios de Segundo Pedro Macías a la calidad de profesora seria de doña Ida Luisa. Segundo Pedro no le regalaba fácilmente elogios a nadie, menos cuando él ejercía como Presidente del Comité de Padres de Familia de la Escuela.

Pasaron los años. Fui a estudiar a Portoviejo. Luego vine a Guayaquil, y aquí me quedé. Y cuando iba a Sucre, el saludo atento a la señora Ida Luisa no faltaba. Ella tenía un caminar que revelaba a un ser superior. Diríase que así expresaba su magisterio.

Ya para entonces con su hijo Ángel Ascanio Cedeño Cedeño, habíamos forjado una amistad y compañerismo que hasta ahora conservamos. Aunque ya no la ví sino esporádicamente -tal vez un par de veces intercambiamos saludos y creo que le presenté a mis hijos entonces pequeños- a principios de esta semana, por mi hermano Óscar me enteré de la gravedad de su dolencia y del pronóstico fatal que se ha cumplido: esta madrugada fue a rendir cuentas ante El Padre Eterno.

Uno de los recuerdos más vivos de la señora Ida Luisa, era la manera como silvaba las canciones. En un pueblo tan silencioso como Sucre, ese silbido se escuchaba en mi casa con mucha nitidez, especialmente en las tardes. También con silbidos llamaba a sus hijos.

Seguro que Dios la ha recibido en su Seno Eterno.



No hay comentarios:

Publicar un comentario