La imagen más recordada que guardo de mi papá, Segundo Pedro Macías, es la del día en que le avisé que había reprobado el segundo año, en el Colegio OLMEDO de Portoviejo. Yo tenía 13 años. Y para darle la noticia, fui a buscarlo a la sala de sesiones del Consorcio de Municipalidades Manabitas, entidad que conformaba por presidir el Concejo Cantonal de 24 de Mayo. Era un poco más de las 2 de la tarde, la hora en que la canícula de la estación lluviosa causa un sopor casi inaguantable por la humedad.
Ante la noticia solo me miró con una sonrisa tal vez de compasión; y me preguntó qué creía que debía hacer. Yo, sin titubear, le dije que matricularme para repetir el curso. Y entonces me hizo una propuesta increible: vamos a hablar con tu profesora. En verdad estaba reprobado en castellano, materia que tenía a cargo doña Mercy Ávila Carreño, (conocida cariñosamente como "la Niña Mercy") y sabiendo de su carácter terminante, me resultaba inverosímil que cediera a cambiar una nota, que por lo demás ya estaba notificada en la Secretaría del Colegio.
Pero fuimos a hablar, luego de que averiguamos que la Niña Mercy estaba invernando en Manta, en una residencial ubicada en Tarqui. Y allá llegamos, a bordo de uno de aquellos vehículos llamados "chivas" similares a los que ahora se utilizan para hacer esas horribles farras itinerantes... A eso de las 5 y media ya estábamos en Tarqui, hablando con la profesora. No recuerdo cómo hicimos para dar con ella, pero lo cierto es que nos recibió sentada en su perezosa ubicada en una galería con vista al mar, de la planta alta de esa especie de hotel familiar.
Y ella le dijo, luego de intercambiar saludos y de recordar algunas amistades comunes de Portoviejo, que yo era ocioso y que debía repetir el año. Segundo Pedro pronunció en alta voz su veredicto: "si no rinde en el estudio, me lo llevo a Sucre a que me ayude en el negocio". Esa era la ley familiar. Y la niña Mercy, con una sonrisa de ironía le espetó: ¿y va a desperdiciar a este chico en eso? Si usted quiere -le aconsejó- castíguelo de otra manera, pero no lo deje sin estudiar. Y dijo que a pesar de perder el año, ella me reconocía como un alumno "inteligente" ("inteligentontísimo" apostillaron implacables mis hermanos, cuando se enteraron del hecho. Tal vez tienen razón, porque me conocen muy bien)
Entonces emprendimos el "largo" camino de regreso a Sucre. Ya no había cómo tomar una chiva o cualquier otro carro que nos llevara directamente a Sucre, porque eran casi las 6 de la tarde: papá decidió hacer el trayecto hasta Portoviejo para ahí buscar un transporte hasta casa. Nos quedamos en Andrés de Vera alrededor de las 7 de la noche. Ahí, en un kiosko donde vendían colas, cigarrillos y galletas, entre otras cosas, nos sentamos a esperar. No me pidió explicaciones.
Sin embargo solo observó que mi única obligación era estudiar. Y que para eso "me pagaba"... Si no hacía bien mi tarea, quería decir que estaba gastando inútilmente su dinero. Y que lo justo era reponérselo. Fue una admonición que cuando la recordé, 4 años después, me causó mucha angustia. Mas esa, es otra historia.
Lo cierto es que convencido de que no era posible encontrar un medio que nos trasladara a Sucre, papá decidió contratar un taxi que atinó a pasar por ahí. Negoció el valor de la carrera y llegamos a Sucre pasadas las 10 de la noche.
Al otro día me mandó a Portoviejo a matricularme como repetidor de año. Me dio una lección de confianza. Confianza que nunca perdió en mí. Hoy que se cumplen exactamente 37 años de su muerte, lo recuerdo en esa faceta.
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