En Manabí, para expresar que se le tiene encono a alguien, se dice "le tengo ley"...
Jamás esa expresión ha tenido mayor relevancia que ahora, con la Ley de Comunicación. Ahí se expresa toda la ley que el Presidente de la República tiene contra la prensa.
Pero a nadie debería sorprender esto. Una de las más tempranas manifestaciones de animadversión del gobierno actual contra la prensa se produjo en 2007, cuando se publicó una fotografía en la que aparecía el Jefe de Estado junto a varios de sus ministros, bailando con las alumnas de un colegio creo que de Esmeraldas. Desde ahí, las andanadas contra la prensa se hicieron frecuentes. No había fotografía, ni noticia que le pareciera bien...
Dos años más tarde, cuando juró en 2009 bajo la Constitución de Montecristi, declaró sin ambages que la prensa era su principal enemigo. Y para entonces nadie imaginaba el juicio y la posterior condena a EL UNIVERSO. Ergo, una premisa básica es que "la ley" del Presidente de la República contra la prensa, está fielmente recogida en la Ley de Comunicación.
Desde que existen, los gobiernos siempre se han enfrentado a la opinión de los ciudadanos que están en el poder o fuera del poder. Esta realidad se remonta a los orígenes de la sociedad. Bajo la Roma imperial, los grafitis constituían uno de los medios de mayor uso para opinar, provocando la ira de los emperadores, entre ellos del icónico Julio César.
Y cuando de los grafitos se pasó a la prensa escrita, las revoluciones se prendieron avivadas por el fuego que ésta animaba. Los revolucionarios de hoy deberían beber de las fuentes de la historia: ahí podrán captar y apreciar -para citar unos pocos casos- el papel de la prensa en la Revolución Francesa; la función que Lenin le dio como agitadora, para la revolución soviética; y el extraordinario rol que jugó en la resistencia al fascismo. En Estados Unidos, la prensa impulsó la emblemática lucha de los negros por la defensa de sus derechos civiles; y tiene en el escándalo Watergate un hito imborrable de enfrentamiento con el poder.
En nuestro medio, el pensamiento escrito se convirtió en soporte del 9 de Octubre de 1820 -alguna vez deberá lograrse un buen estuidio socio político de esa auténtica revolución liberadora- y en la vida republicana, contribuyó a consolidar al liberalismo no solo como un ejercicio de libertades, que incluía la oportunidad de opinar libremente, sino como el pleno derecho a crear empresas entre ellas, las de comunicación. Y los enfrentamientos de prensa y gobiernos no eran juegos de niños: muchos "dueños de imprenta" -como gusta llamar el poder actual a los propietarios de la prensa- vieron quebrados sus negocios, con métodos menos sutiles que los de ahora, pero directos y no menos brutales: les empastelaban los talleres en que se imprimía el diario, (o sea, los saqueaban arrebatándoles papel y tinta; destruyendo las prensas y las cajas de linotipos), apaleaban y metían presos a periodistas; y cerraban los negocios que los dueños de la publicación y hasta sus socios tenían. De manera que muchos debían emigrar generalmente a Lima, para salvar sus vidas y las de sus familias.
De la prensa se han quejado amargamente presidentes como García Moreno (quien permitió que fusilaran a un periodista); Eloy Alfaro (a quien le dolía cada vez que algún irreverente chico de la prensa le recordaba que jamás había ganado una elección para llegar al poder); Galo Plaza, (padre e hijo); hasta Velasco Ibarra, Camilo Ponce, Otto Arosemena, Febres-Cordero y tantos otros de la historia reciente, pasando por las dictaduras militares. Claro que hubo hechos como la clausura a El Universo dispuesta por la dictadura de Páez; o el dinamitazo que ese mismo diario recibió en la dictadura de los triunviros; pero nada más. Eran cosas menores frente a lo que se quiere hacer en estos días de revolución ciudadana...
Porque ninguno de los presidentes y dictadores que se han sucedido en el poder de la República, se atrevió a declarar que la prensa era su enemiga. Ninguno trató de imponer una ley para controlarla. Peor: ninguno dijo que lo que quería era hacer una prensa que se ajustara a "su" ley; es decir al odio que profesa contra el periodismo que no publica lo que él quisiera que publique; que no opina, como él quisiera que opine; y que no calla lo que él quisiera que calle.
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