jueves, 25 de julio de 2013

Mientras exista Guayaquil

Sostengo que Guayaquil es la cuna de lo que hoy conocemos como Ecuador.  También sostengo que es la cuna de todas las libertades en que se sustenta el liberalismo económico .  Y en consecuencia sostengo que mientras exista Guayaquil, no habrá posibilidades para que se instaure en el país un régimen totalitario, ni siquiera bajo el eufemismo de ser un socialismo del siglo XXI.

Paso a explicarme:

La guerra de independencia en Sudamérica fue más exitosa después de la Aurora Gloriosa del 9 de Octubre de 1820; al punto que los historiadores serios reconocen que sin Guayaquil Independiente, la batalla del Pichincha y sus consecuencias de liberación de España, habría demorado más tiempo en lograrse.

En la vida republicana, todos los grandes movimientos de transformación política -desde la expulsión del militarismo extranjero del 6 de marzo de 1845, pasando por el 5 de junio de 1895 y llegando hasta la rebelión por la libertad de sufragio, ocurrida en mayo de 1944- se dieron en Guayaquil, como una expresión de coherencia con la filosofía de libertad que sus líderes han encarnado.  Pero en todos esos movimientos, lo de fondo era inocultable:  solo la vigencia de la libertad política -que incluye la de opinar libremente sin temor a nada ni a nadie- garantiza el progreso económico de los individuos y sus familias, a costa de su capacidad para educarse, aprender un arte u oficio y emprender.

Hubo gobernantes -algunos de ellos guayaquileños- que en un exceso de vanidad, se consideraron por encima de estos valores, e incluso llegaron al extremo de intentar estigmatizar a los hombres y mujeres de Guayaquil -nacidos o no aquí, pero que trabajaban en estas tierras- aludiendo a su vocación como productores agropecuarios, pesqueros, industriales, o como banqueros y comerciantes.  Y esa laboriosidad que en muchos casos se coronó exitosamente en riquezas personales, (oligarcas, burgueses o pelucones se les ha dicho en son de estigma), pretendió ser reemplazada por un Estado omnipotente, omnipresente, omnisapiente, cuyos promotores tomándose el nombre de los pobres,  quisieron arrebatar a hombres y mujeres, así como a sus familias, lo que legítimamente habían ganado tras largos años de laborar, sin reparar que a quien se la querían arrebatar era a Guayaquil y a su proverbial laboriosidad.  Y ahí terminaron.

Guayaquil ya ha vivido etapas oscuras: la última fue superada a partir de 1992; y, a pesar de las acechanzas, dura hasta ahora, cuando se quiere hacernos creer burla burlando, que el modelo exitoso de desarrollo de la urbe aplicado en los últimos 20 años, no existe.  Quienes se empeñan en negar ese éxito, ignoran que Guayaquil  ha sabido levantarse de adversidades  con el mismo tesón que se levantó luego de ser atacada por piratas, incendios, pestes y otros desastres naturales.  Nunca se ha doblegado.

 Al final, termina siendo siempre Guayaquil, una ciudad eterna, enamorada de su libertad, con la cual contagia al resto de Ecuador.






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