sábado, 31 de agosto de 2013

El Aguirre Abad que conocí

Cuando mi hermano Aurelio convenció a papá que debíamos venir a Guayaquil, Óscar y yo cursábamos 3o. y 4o. año de bachillerato, en el centenario Colegio Nacional Olmedo de Portoviejo.  Llegamos a una casa que papá había comprado hacia octubre/noviembre de 1965,  en Urdesa Norte.  Es una villa que todavía está ahí, un poco remodelada, pero en el mismo lugar, creo que incluso con el mismo vecindario.

Luego de intentar conseguirnos cupos en el Vicente Rocafuerte y ante demoras nuestras por los papeleos de los exámenes de abril en Portoviejo, ingresamos al Aguirre Abad, bajo el padrinazgo de Vicente Guerrero Moreira, quien tenía la irrefutable credencial de haber sido el mejor bachiller de la historia de ese Colegio.

Los preparativos para el primer día de clases fueron vertiginosos: comprar los uniformes; ambientarnos a los horarios del único bus que daba servicio a Urdesa Norte; y ubicarnos en el entorno urbano,  para movilizarnos hacia y desde el Colegio sin contratiempos, nos consumieron las dos semanas de anticipación con la que llegamos a Guayaquil para iniciar el período lectivo el lunes 2 de mayo de 1966.

Aurelio era tan previsor, que unos días antes del inicio de clases nos llevó a realizar un recorrido "piloto" desde donde nos dejaba el bus -al pie del redondel en que para entonces estaba emplazado el monumento a Eloy Alfaro- hasta el Colegio, recorriendo a pie la Avda. de Las Américas, hermosa con su parterre central lleno de palmeras.  En nuestra primera visita al Aguirre Abad estuvimos acompañados por Vicente Guerrero; y él -con la admiración que despertaba por su palmarés estudiantil- nos relacionó antes de que comenzara el año escolar, con profesores e inspectores.   En el recorrido que hicimos por el edificio nos impresionó su limpieza y orden.

Por manera que ese lunes 2 de mayo de 1966, cuando llegamos al Aguirre ya estábamos familiarizados con el Colegio. El Rector,  Francisco Rovira Suárez -el querido Paco Rovira, un Maestro en toda la dimensión de la palabra- esperaba a los alumnos en la puerta.  Y a todos -o casi a todos- los reconocía por sus nombres y apellidos.  A nosotros nos dijo "estos son los manabas recomendados de Guerrero" y nos chachareó por los pantalones ajustados que  usábamos, expresamente mandados a modificar donde el "sastrecito" de Sucre.

Nunca olvidaré ese lunes 2 de mayo de 1966.  Mi primera clase fue de matemáticas, con el temible Rubén Espinoza, conocido cariñosamente como Masamasá.  Y el elenco de profesores que desfiló ese primer día fue sencillamente espectacular, como dirían algunitos:  Ignacio Carvallo Castillo, (que había terminado de ganar el Premio Nacional de Poesía de El Universo), en Literatura; Manuel de J. Real (que había sido Ministro de Previsión Social en el gobierno de Carlos Julio Arosemena), en Filosofía; Manuel Abarca en Física; Carlos "chuchita" Esteves, en Química; Francisco Díaz Garaycoa, que para entonces era licenciado, y que le decían Prontito, por su parecido al muñequito de la publicidad de Alkaseltzer; y otros como Francisco Díaz Galarza, Víctor Hugo Ron, Teodoro Paula Moreno, José Vinueza Massón, Édgar Andrade.

(Con Rubén Espinoza haríamos una gran amistad con el paso de los años. Incluso fue miembro del Directorio que me acompañó cuando me eligieron Presidente del Colegio de Ingenieros Industriales. Y con Rubén reprobé matemáticas y debí repetir 5to año.  Igual -para mencionar algunos- gocé de la amistad de Manuel Abarca;  y hasta ahora, de la de Paco Díaz, que unos años más tarde fue Secretario General de la Administración en el gobierno de Velasco Ibarra y Ministro del Trabajo con el Presidente Febres Cordero)

El Aguirre Abad que conocí era un colegio emblemático de Guayaquil.  Me niego a creer que el paso del tiempo -casi medio siglo- lo haya convertido en lo que dicen que es.  Y me niego a creer eso porque ahí, en ese colegio, aprendí a amar a Guayaquil y a convertirla en mi ciudad.

Y porque ahí pude aprender todo lo más elemental que  necesité para entender y enfrentar la vida.




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