martes, 1 de octubre de 2013

De la conspiración y de los conspiradores

La teoría de la conspiración ha acompañado siempre los grandes acontecimientos de la política a nivel nacional y mundial.

Por ejemplo, si García Moreno hubiere alterado su rutina del medio día, no habrían tenido éxito los conspiradores. Y seguramente habría vivido un tiempo más.  Si Kennedy no hubiese decidido ir a Dallas y seguir la ruta que se le había fijado, Oswald no habría cumplido su fatal cometido.  Y si Julio César -para irme mucho más atrás- hubiese atendido las premoniciones de su esposa, no habría sido apuñalado hasta morir en pleno senado romano.

Pero en todas las teorías, la víctima siempre cae en la red que le tienden sus victimarios.  El punto no estriba en saber si llegó al sitio escogido para el siniestro por sus propios pies, sino si fue trasladado con engaños o contra su voluntad hasta el lugar de su desgracia... O si los complotados, esperaban que cumpliese fielmente su rutina, para entonces caerle ahí.

Cuando alguien investiga una conspiración, lo primero que tiene que establecer es cómo llegó la víctima al lugar de los hechos.  ¿Llegó por sus propios medios, incluso ordenando a sus subalternos que lo trasladen al sitio donde ocurrió la conspiración?  ¿Fue llevado hasta allá mediante una estratagema urdida por los conspiradores?  Responder a estas dos preguntas resuelve el meollo de cualquier teoría de la conspiración.

Por ejemplo, si alguien quiso ir a un determinado local  con el fin de sofocar una revuelta protagonizada por  un grupo de subordinados que por su oficio lo más seguro es que estuviesen armados; y si ese alguien pretendió llegar bajo el supuesto de que su sola presencia bastaría para terminar la sublevación de marras; y si sus acompañantes, sabedores del tremendo riesgo que entrañaba poner en práctica esa decisión -considerando que entre los sublevados había gente que tenía acceso a ciertas armas- se lo permitieron, deberían ser ellos, los acompañantes de la víctima de la conspiración, los primeros investigados para saber si son o no cómplices del hecho criminal.  Por esta vía se podría saber si ellos -los acompañantes de la víctima- tenían o no conocimiento del complot y de quiénes eran los complotados, cómplices y encubridores, añadidos.

Porque en la versión de este cuento, la conspiración en sí misma -incluyendo secuestro de la víctima o intento de asesinarla- habría sido imposible, de no tener los autores del hecho, acceso a la persona contra la que se había planificado la operación.  Me explico: si no llegaba hasta el sitio la víctima real o potencial, adiós conspiradores, adiós conspiración.  Y entonces todo lo demás se habría evitado.

No hay que ser Sherlock Holmes para darse cuenta de que el éxito de la conspiración está en atraer a la víctima para que llegue al lugar indicado, pero ignorando que ahí lo esperan los conspiradores...

Bueno, esto último dicho, al menos que la víctima se crea uno de los Ángeles de Charlie, o el mismísimo James Bond... Porque entonces sí llegará donde están los complotados, y será hasta capaz de abrirse la camisa y desafiar a que lo maten.  O que por lo menos lo secuestren...

Pero esa es otra historia, que para evitar coincidencias con otros hechos de la vida real, mejor no la sigo.



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