Mañana se cumplirán 38 años de la muerte de mi papá, Segundo Pedro Macías.
Yo creo que la muerte es parte de la vida; y por eso también creo que quienes alguna vez han sido parte de nuestra existencia, dejaron profundas huellas que por lo general trascienden lo meramente genético.
Entre las múltiples facetas de papá, estaba la de ser un hombre de negocios. En verdad él habría preferido que se lo identifique simplemente como comerciante. Sin embargo, yo siempre admiré la visión que él tenía respecto a su actividad. Visión que nadie se la enseñó -he dicho varias veces que fue autodidacta- y que supongo la aprendió observando lo que prominentes comerciantes de Portoviejo y Manta con los que negociaba, hacían para controlar desde los inventarios, hasta las ventas; desde la periodicidad de las compras hasta el pago a proveedores; desde los márgenes hasta los descuentos; y el minucioso control de impuestos, para librarse de los fiscalizadores que siempre caían por Sucre, como plaga...
Después, cuando mi hermana Rina llegó a manejar la parte contable, ya contó con elementos técnicamente más depurados para manejar información y tomar decisiones . Pero para entonces, su negocio era próspero. Confieso que cuando por razones profesionales empecé a interesarme en estos temas, automáticamente evocaba la memoria de papá, con papel y lápiz trabajando en sus registros de diarios y mayores con la eficaz asistencia profesional de Rina.
Nunca he hablado con Rina sobre esto. Pero tengo grabada en mi memoria la admiración que ella expresaba solo con sus miradas, por la forma como papá organizaba y llevaba los controles contables. (Y Rina se había graduado con honores de Bachiller Contable en el famoso Colegio Nacional Uruguay de Portoviejo) Esa minuciosa regla de comparar ingresos contra egresos, le hacían tener como aforismo que había que arroparse hasta dónde la sábana alcance... Es lo que ahora en administración llamamos eficiencia. (También confieso que no he sido muy fiel a esa conseja. Pero que cuando la he recomendado y la he practicado me ha ido muy bien)
Precisamente eso de arroparse hasta dónde la sábana alcance, le dio un prestigio de ser tacaño. Pero él recibía las chanzas que le hacían, hasta como una galantería. "Coñudo pero no cojudo", solía decir, para descalificar a quienes eran mano abierta con el dinero.
Y cuando ejerció la función pública actuó de igual manera: ahorraba el último centavo tratando de gastar lo mínimo para obtener el máximo beneficio funcional. Tanto fue esto, que como Presidente del Concejo -lo que ahora se llama Alcalde- papel, lápiz y regla en mano, diseñó con su compadre y maestro carpintero Víctor Constante Ponce, la fachada y las modificaciones que hizo en la ya ruinosa casa municipal. (Yo, que a mis escasos 13 años lo ví en esos menesteres, le criticaba que las ventanas no eran simétricas. Solo me miraba con cierto aire de indulgencia. Para entonces yo soñaba con ser arquitecto) Después hicieron sucesivas modificaciones al edificio, hasta quedar como está ahora. Creo que en el Cuerpo de Bomberos también hizo algo similar.
Esto lo he recordado para revelar que el espíritu de papá era espartano: las comodidades le resultaban accesorias para su accionar pero no eran importantes; lo importante eran los resultados. Por eso se sentía más cómodo despachando -mientras sudaba a chorros- en una improvisada mesa de trabajo que daba al patio de la casa, antes que en la oficina de presidente del Concejo o de la Jefatura Política del Cantón. Ese espíritu espartano no he tenido el privilegio de heredar. Por eso lo evoco con admiración y respeto.
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