A poco más de 48 horas del cierre de la campaña electoral, ya las tendencias del voto están claramente definidas. Y no habrá manera de revertirlas. Así es que en el panorama político, ya se sabe a estas alturas, quiénes son los ganadores y perdedores que se refrendarán el próximo domingo 23 de febrero.
El gran perdedor es Rafael Correa. Sin duda. Pero su derrota no es precisamente electoral. No. Su derrota trasciende al solo acto comicial; constituye un firme llamado de atención del pueblo a su líder, que más o menos se expresaría en estas frases: te elegimos Presidente de la República. Ni más ni menos. Y el Presidente de la República no es la suma de las 221 alcaldías, ni de las 23 prefecturas, ni de los miles de concejalías y vocalías de las juntas parroquiales que se elegirán. No.
El Presidente de la República es la conjunción de la mayoritaria voluntad ciudadana que le encargó dirigir la Función Ejecutiva de Ecuador. Para eso fue elegido. No fue elegido para que -a pretexto de coordinación- se encarame en todos los municipios, en todos los consejos provinciales, en todas las juntas parroquiales, y desde ahí ordene lo que se debe y no se debe hacer; lo que se puede y no se puede hacer.
Correa pagará con su derrota electoral, haber mal interpretado la voluntad del electorado. Su mala interpretación nace de una lectura equivocada del mandato que se le dio en las urnas. Él tomó ese mandato como un papel en blanco que le permitía poner a su gusto y sabor todas las órdenes que consideraba necesarias para ejecutar "su" proyecto revolucionario. Los cabildos son la forma primigenia del gobierno. Históricamente en Ecuador, los cabildos nacieron antes que el gobierno nacional. Entonces las ciudades son muy celosas de su independencia política. Y los ciudadanos pueden darle un mandato nacional a quien elijan Presidente de la República. Pero ese mandato no le sirve para ser Gran Alcalde, Gan Prefecto, Gran Presidente de la Junta Parroquial.
Con estas elecciones, Correa perderá lo que más había ganado en sus 7 años de mandato: la imagen de ser electoralmene invencible -excepto en Guayaquil- en todo el país. Ahora resultará que en Quito los ciudadanos le dirán al Presidente de la República, que se ubique en el puesto para el que se lo ha elegido. Ya Guayaquil se lo ha dicho y lo repetirá.
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