viernes, 25 de octubre de 2013

Mi Alma Mater

Alma Mater es un latinajo, que literalmente quiere decir Madre Nutricia. O sea, la madre que es fuente de alimentación. Fuente de vida.  Y eso es la Universidad: proveedora por antonomasia de alimento intelectual, para asegurar la vida de la sociedad.

No por otra cosa existen las universidades. Es que no son "fábricas" de profesionales. Tampoco son sistemas que deben funcionar para cumplir minuciosos requisitos inventados por burócratas y solazarse en tener sellos de excelencia.  La Universidad es eso y mucho más.  La Universidad es la fuente donde bebe conocimientos la sociedad.  La Universidad es -tiene que ser- un centro de intercambio de pensamientos, de debates, de experimentación, a partir de los cuales se va transmitiendo y construyendo cultura, arte, ciencia y tecnología.

Mi Alma Mater es la Universidad de Guayaquil, a la que algunos despistados -incluso a pesar de haber obtenido el título profesional del que se vanaglorian, en sus aulas- le agregan el témino "Estatal".  La Universidad "Estatal" no existe.  Nunca ha existido. La Universidad de Guayaquil ha dejado de existir, antes de cumplir 146 años de vida.

Y ha dejado de existir porque ha sido tomada por burócratas, encabezados por un señor del altiplano, moñudo, con acento de "sabio" que aprovechándose de la mediocridad en la que ha caído la dirigencia universitaria, simplemente vino a consumar la metida de las pezuñas del gobierno en su estructura.  Porque al fin y al cabo eso es lo que ha ocurrido con la intervención decretada contra la Universidad de Guayaquil.

En mis años de estudiante universitario, hubiésemos sacado a correazos nacidos del pensamiento libre -y no precisamente son, los que se dan con correa- a invasores de esa calaña.  Lo hicimos unidos, profesores y alumnos.  Recuerdo los días obscenos cuando la pandilla ATALA se apoderó de la Universidad.  Les dimos batalla, sin apelar a la violencia -aunque fuimos víctimas de algunos ataques físicos de ese grupo- derrotándolos con más democracia, con más debate, con más exigencia académica, con menos condescendencia a la mediocridad.  Lo de obsceno devino maridaje creado para que convivieran ciertas instancias docentes, administrativas y estudiantiles.  Pero las denunciamos. Y las contuvimos.

No las erradicamos porque quedaron larvadas.  Y tal vez ése fue el error. Porque después, poco a poco se apoderaron de la cátedra, de la investigación, de la dirigencia estudiantil, hasta pervertir la esencia misma de la Universidad.  Erradicar esa perversión es el pretexto esgrimido ahora, para intervenirla. Lo hacen seguros de que ese crimen quedará impune...

Y aunque a veces el crimen purifica, dudo que se obtengan buenos resultados con la intervención decretada por el Consejo de Educación Superior bajo protección policíaca, mientras estudiantes, profesores y administradores, no fijen un nivel mínimo de desempeño para buscar la excelencia, primero como núcleo de avanzada del conocimiento científico y tecnológico, aplicado a la producción para beneficiar a la sociedad; y, segundo, como una comunidad de ideas y doctrinas, sin posturas sectarias o descalificadoras y donde el espacio tenga apenas como límite, la libertad.  Si no lo hacen, vendrán más y más intervenciones, de la mano del moñudo o de quien lo sustituya. Ya lo verán.

Esa Universidad convertida en laboratorio del conocimiento, es la que hay que buscar.  No la que se ajuste a los moldes de la revolución ciudadana o como quiera que se llamen las revoluciones ahora.  No, porque lo que se obtendrá será una Universidad "funcional" a las necesidades que la hegemonía del poder político, busca obtener.  Y, fatalmente, lo está obteniendo.


martes, 22 de octubre de 2013

100 años

Hace 100 años nació mi mamá.  Es un buen día para recordarla.

Una de las características que María Salomé Chávez Bailón tenía, era su obsesión por la limpieza.  En todos los sentidos.  Era tan puntual en ese cometido, que aún los gatos de la casa recibían severas lecciones de disciplina para que observaran las reglas.  

Hasta donde recuerdo, la casa inmensa de Sucre era día tras día sometida a una minuciosa tarea de aseo, que ella comandaba.  Había jornadas que incluían baldeo y encerado de los pisos de tabla, con lo cual ahuyentaba polillas y otras clases de insectos; la limpieza escrupulosa de los vidrios de las ventanas, que se llenaban de cagadas de moscas; el exterminio sin misericordia de cucarachas -con una fórmula original que incluía verter en los rincones agua hirviendo para quemar los huevos de los asquerosos bichos- y de las arañas; y la prevención para que las ratas no prosperasen como huéspedes no deseados, que contemplaba la eficiente ayuda de los gatos...

Ni las partes altas de la casa se escapaban del paso de escobillones. Ni los exteriores.  Mamá hacía esas labores agotadoras con cierta regularidad,  acompañada por los hijos a quienes asignaba parte de las  tareas atendiendo a sus condiciones de edad y capacidades físicas.  

Alguno me dirá que no hay nada extraordinario en ese tipo de trabajo; pero si agrego que había que preparar una minuciosa logística para superar la escasez de agua -porque en esos años, en Sucre no se contaban con instalaciones domiciliarias para abastecerse del líquido, sino que se adquirían "cargas" de agua en barriles transportados por burros- se comprenderá lo duro de la tarea.  Años después, papá construyó una cisterna sobre la superficie que se llenaba con el agua de lluvia recogida desde el techo de la casa a través de canaletas.  Y con esa agua se abastecía la casa para sus necesidades, complementada con la que mediante bombeo nos proporcionaba Daniel Loor desde unos pozos someros que tenía a más de una cuadra.  

A veces a mi mente acuden lúcidos, los recuerdos de esos años en que el mundo transcurría más lento,  lo que hacía la vida apacible.  Mi mamá está siempre presente, como lo está hoy cuando celebro mediante este blog sus 100 años de nacimiento.  Ella vivirá para siempre. 






sábado, 19 de octubre de 2013

Otra vez, el Puerto

Apelo al título de la columna que publica en El Universo de hoy, Walter Spurrier Baquerizo, para referirse al tema del puerto de Guayaquil. Y lo hago movido no solo por el contenido del artículo citado, sino también por lo expresado en su sabatina por el Presidente Rafael Correa.

Lo primero que debe quedar claro es que el tema portuario no atañe solamente a una disputa                  -cualesquiera que sean sus motivos- entre el Presidente de la República y el Alcalde de Guayaquil.  Ambos mandatarios son apenas un episodio en la vida de la ciudad y de Ecuador.  Con esto quiero decir que Presidentes y Alcaldes se sucederán en sus cargos por los siglos de los siglos. Pero Guayaquil es un referente sustancial de la ecuatorianidad.  Es -más o menos- tan absurdo como si alguien quisiera plantearse a Estados Unidos al margen de Nueva York.  O a España sin Barcelona.  O Alemania sin Hamburgo. O Inglaterra sin Liverpool.  

Lo segundo que debe quedar claro es que la polémica surgió por una propuesta del gobierno a través del Plan de Movilidad contratado con unos consultores españoles; y en el que se proponía -tal como Spurrier lo recuerda en su columna de hoy- "aprovechar la actual terminal de Contecom (o sea el Puerto marítimo) para su reconversión como el principal terminal de cruceros del Ecuador, con un moderno y emblemático edificio terminal, dotando de todas las facilidades para que pueda ser usado como puerto base de las principales navieras".  Si alguien sabe leer e interpretar, concluirá que "reconversión" quiere decir transformar; y que el Plan del gobierno pretende eso: transformar al puerto de Guayaquil en una simple terminal de cruceros y -además- en puerto de cabotaje. 

En tercer lugar, si solo se tratase de una propuesta mal escrita en el también pésimamente escrito Plan de Movilidad del gobierno -yo he leído su versión No. 3 y algunos parajes del documento parecen escritos por principiantes-  bastaba con que el Presidente de la República dijera que eso no se aplicaría; que Guayaquil seguirá siendo el Primer Puerto Marítimo del Ecuador y que sus instalaciones de muelles de aguas profundas, se construirían sin afectar a su estructura y organización. Punto. Ahí se acababa la polémica. 

Pero no.  El Presidente Correa ha dicho en varias oportunidades que su objetivo es arrebatarle a "la oligarquía guayaquileña" el supuesto control que han tenido sobre las actividades portuarias de la urbe.  (¿Cuál oligarquía, si los que ahora manejan el puerto son sus muchachos encaramados en Autoridad Portuaria y que actúan bajo las órdenes de su ministra Duarte?) Y ha agregado que para cumplir ese propósito, buscará sacar al Puerto, del Golfo.  Así lo dijo.  El que lo duda que revise las sabatinas y la intervención que tuvo en el acto de su gobierno realizado el pasado 9 de Octubre en la explanada del Estadio Alberto Spencer.  

Entonces, en cuarto lugar, el Presidente Correa no tiene que ponerse en el plano de ser el que decide por su propia voluntad, dónde se construirá el muelle de aguas profundas que se incorpore al sistema portuario de Guayaquil.  Solo tiene que dejar que la técnica lo decida. Y no interferir bajo ningún pretexto, en el manejo del destino portuario de la ciudad. Hay que respetar la naturaleza portuaria de Guayaquil, que está en sus genes.

Todo cuanto diga el Presidente para calificar a Nebot como "mentiroso" por su posición de defender la calidad portuaria de Guayaquil, le va a rebotar. Y le va a quitar votos a su pretensión de ser también Alcalde de Guayaquil.  Entonces lo mejor que puede hacer Rafael Correa es desembarcarse honrosamente del asunto, no endosándoselo a sus subordinados, sino asumiéndolo frontalmente.  Tiene que decirle al Alcalde Nebot:  el muelle de aguas profundas del Puerto de Guayaquil se construirá dentro de la jurisdicción cantonal. Y punto.  




















martes, 1 de octubre de 2013

De la conspiración y de los conspiradores

La teoría de la conspiración ha acompañado siempre los grandes acontecimientos de la política a nivel nacional y mundial.

Por ejemplo, si García Moreno hubiere alterado su rutina del medio día, no habrían tenido éxito los conspiradores. Y seguramente habría vivido un tiempo más.  Si Kennedy no hubiese decidido ir a Dallas y seguir la ruta que se le había fijado, Oswald no habría cumplido su fatal cometido.  Y si Julio César -para irme mucho más atrás- hubiese atendido las premoniciones de su esposa, no habría sido apuñalado hasta morir en pleno senado romano.

Pero en todas las teorías, la víctima siempre cae en la red que le tienden sus victimarios.  El punto no estriba en saber si llegó al sitio escogido para el siniestro por sus propios pies, sino si fue trasladado con engaños o contra su voluntad hasta el lugar de su desgracia... O si los complotados, esperaban que cumpliese fielmente su rutina, para entonces caerle ahí.

Cuando alguien investiga una conspiración, lo primero que tiene que establecer es cómo llegó la víctima al lugar de los hechos.  ¿Llegó por sus propios medios, incluso ordenando a sus subalternos que lo trasladen al sitio donde ocurrió la conspiración?  ¿Fue llevado hasta allá mediante una estratagema urdida por los conspiradores?  Responder a estas dos preguntas resuelve el meollo de cualquier teoría de la conspiración.

Por ejemplo, si alguien quiso ir a un determinado local  con el fin de sofocar una revuelta protagonizada por  un grupo de subordinados que por su oficio lo más seguro es que estuviesen armados; y si ese alguien pretendió llegar bajo el supuesto de que su sola presencia bastaría para terminar la sublevación de marras; y si sus acompañantes, sabedores del tremendo riesgo que entrañaba poner en práctica esa decisión -considerando que entre los sublevados había gente que tenía acceso a ciertas armas- se lo permitieron, deberían ser ellos, los acompañantes de la víctima de la conspiración, los primeros investigados para saber si son o no cómplices del hecho criminal.  Por esta vía se podría saber si ellos -los acompañantes de la víctima- tenían o no conocimiento del complot y de quiénes eran los complotados, cómplices y encubridores, añadidos.

Porque en la versión de este cuento, la conspiración en sí misma -incluyendo secuestro de la víctima o intento de asesinarla- habría sido imposible, de no tener los autores del hecho, acceso a la persona contra la que se había planificado la operación.  Me explico: si no llegaba hasta el sitio la víctima real o potencial, adiós conspiradores, adiós conspiración.  Y entonces todo lo demás se habría evitado.

No hay que ser Sherlock Holmes para darse cuenta de que el éxito de la conspiración está en atraer a la víctima para que llegue al lugar indicado, pero ignorando que ahí lo esperan los conspiradores...

Bueno, esto último dicho, al menos que la víctima se crea uno de los Ángeles de Charlie, o el mismísimo James Bond... Porque entonces sí llegará donde están los complotados, y será hasta capaz de abrirse la camisa y desafiar a que lo maten.  O que por lo menos lo secuestren...

Pero esa es otra historia, que para evitar coincidencias con otros hechos de la vida real, mejor no la sigo.