"Hay entre las revoluciones nadadores contra la corriente y son los partidos viejos". La frase es de Víctor Hugo, en "Los Miserables". Y retrata sobremanera la realidad pre electoral de Ecuador.
Muchos de los adversarios de Correa y de su revolución ciudadana, son nadadores contra la corriente en la medida que se identifican no solo con los viejos partidos sino con sus viejas prácticas.
Y no es que está mal que existan viejos partidos. Lo malo está en que por la presbicia intelectual que padecen, no logran leer sin estirar los brazos, las nuevas realidades que plantea el poder. Esas nuevas realidades están además escritas de manera general, en letras menuditas; y provocan una confusión de líneas y párrafos. Veamos:
La oferta de incrementar el bono de desarrollo humano es un típico caso de la presbicia que padecen. Es que de cerca no pudieron leer que tras semejante propuesta se esconde a más de una clamorosa hipocresía social, una traición a los postulados económicos que ellos mismos han sostenido. Entonces con esa propuesta de supuesto contenido "social" le hicieron el favor a Correa para presentar como acertada, sus prácticas populistas.
Yo no culpo a Guillermo Lasso por el ex abrupto de su planteamiento de incrementar el bono de desarrollo humano. Quizá es culpable de no haber tenido la malicia elemental para advertir que desencadenaría tempranamente un baratillo de ofertas. Y que teniendo Correa todos los poderes en las manos, aprovecharía esa oportunidad para ganar por anticipado la apuesta.
Pero eso no fue todo: el pretexto le cayó como anillo al dedo para enviar a la Asamblea un proyecto con el fin de reformar nuevamente las leyes tributarias, basándose en el cuento de que así "socializará" las ganancias de la banca. Esos impuestos no afectarán tan solo a los banqueros, sino que terminarán por quitarle seguridad a los inversionistas, lo cual se expresará en menos oportunidades de trabajo y mayor pobreza. Ahora con las elecciones a puertas no se sentirán esos efectos, porque de por sí la campaña mueve dinero, estimula el consumo y -por lo menos en el primer trimestre del próximo año- la gente tendrá relativamente más plata para gastar, incluyendo los US $ 15 adicionales que recibirán por el bono.
Nadar contra la corriente parece ser la fatalidad que acompañará a los candidatos presidenciales que se enfrentarán a Rafael Correa en las presidenciales de febrero próximo. Los partidos que Correa se ha esmerado en presentar como viejos, tienen que diseñar una estrategia nueva con el fin de ganar en la Asamblea Nacional una mayoría sólida, contundente, que incluso se blinde contra las tentaciones que el poder ejercerá para minarla.
Ergo, es en la Asamblea donde los partidos políticos tienen que crear la corriente favorable para que sea Correa quien nade contra ella.
Y esa corriente debe tener dos líneas veloces, rápidas: la defensa de las libertades y el desarrollo de una economía social inclusiva, para convertir al bono de desarrollo humano en un catalizador de emprendimientos, y no en un ejercicio paternalista de subsidios, cuyo propósito es hacer que la pobreza se perennice.
Pretender ganarle a Correa la elección presidencial apelando a su mismo discurso, a su misma oferta, a sus mismas prácticas, es nadar contra la corriente. O es mantener la presbicia propia de viejos partidos para hacer política...
sábado, 27 de octubre de 2012
domingo, 21 de octubre de 2012
99 años
María Salomé Chávez Bailón estaría cumpliendo, mañana 22 de octubre, 99 años.
Pero ella partió el 13 de septiembre de 2008, 39 días antes de arribar a su nonagésimo quinto aniversario.
Yo la evoco porque me parece que es eterna. Porque aunque admito su desaparición física la siento en algún lugar, como siempre solía estar: casi inadvertida; y, sin embargo, presente.
María Salomé nació el miércoles 22 de octubre de 1913. Sus padres fueron Leopoldina Bailón Arteaga y Andrés Avelino Chávez Constante.
Por el lado materno, su ascendiente era oriental. Los Bailón estaban radicados en Portoviejo y Santa Ana, dedicados al próspero negocio de los sombreros de finales del siglo XIX y principios del XX. Mamá sabía tejer sombreros y entiendo que sus hermanas también. Ese ascendiente oriental es al que debemos los ojos achinados. (Algunos me llaman cariñosamente el "chino" Macías)
Por el lado paterno, los Chávez eran una familia de campesinos muy reconocidos en Sucre y sus alrededores, dedicados a la agricultura; además, mi abuelo ocasionalmente integraba las "postas" constituidas por individuos físicamente fuertes, que hacían transporte a lomo de bestia desde y hacia Sucre, llevando o trayendo cargas y personas. Eran, para decirlo sin eufemismos, arrieros: buenos para beber aguardiente, y valientes a la hora de tirar puñete o machete... Por Olmedo -una de sus rutas- llegaban a Balzar; y si se atrevían, avanzaban hasta Guayaquil, siguiendo el sistema fluvial del Guayas.
Mi abuelo conversaba que su amor por Leopoldina -yo no la conocí- nació a primera vista. Y luego de una breve aventura como recluta -en la que sufrió la agresión cotidiana de los instructores militares de origen serrano, a quienes nunca perdonó por eso- regresó para sacarla de la casa de sus padres, y llevársela a vivir a la finca cafetalera de El Anegado, una pequeña heredad familiar al este de Sucre. Ahí formaron hogar, siendo mamá la tercera o cuarta de las hijas.
Mi abuela murió relativamente joven. Y mi abuelo nunca buscó otra mujer para consolar su viudez o para terminar de criar a los 8 hijas y 3 hijos que procrearon.
Mamá fue la más fecunda de sus hermanas, quizá seguida por la tía Isabel. Y en ese vientre fecundo, se parecía mucho a la abuuela Leopoldina.
Mi abuelo Avelino se sentía muy ligado a mamá y a sus nietos. Cuando mis hermanas Rina y Melva tuvieron que ir a Portoviejo a estudiar, era él quien se encargaba de llevarlas, sorteando todos esos obstáculos de que estaba sembrado el camino elemental que entonces era lo que es hoy la carretera hasta Lodana, lugar donde tomaban el autocarril a Portoviejo.
Y a nosotros, los más pequeños, nos alegraba las tardes con sus relatos sobre aparecidos y demonios, en los que mezclaba cuentos sacados de las Mil y una noches, y uno que otro chascarrillo "colorado"... Algún día escribiré sobre este hombre fascinante que fue mi abuelo.
Como siempre he dicho, el recuerdo más vivo que tengo de mamá es su laboriosidad. Era incansable: desde antes que despuntara el sol hasta casi las 10 de la noche, estaba en pie. Amaba a las plantas: en el solar de la casa familiar, había hecho un jardín, en el que mezclaba dalias, rosas, begonias, margaritas, veraneras, con mangos, naranjos, limoneros, higos. Y también a los pájaros: tanto se deleitaba enseñándole a silbar ciertas canciones a un cacique de vistoso plumaje negriamarillo, o a un chao gris, como a hablar a un pequeño periquito. Criaba gallinas y pavos. Y algunas veces, hasta chanchos en corrales construidos en el patio.
Ninguna de esas actividades la privaba de atender la casa: ordenar el aseo de los hijos, cuidar con rigurosas medidas hasta de cuarentena a los que se enfermaban; incluso supervisar o realizar directamente el lavado y planchado de ropas y fregado de pisos y baños, solo para mencionar las tareas más arduas. Ni siquiera cuando fue perdiendo la lucidez, por el paso de los años, y cuando ya todos habíamos alcanzado la mayoría de edad, dejaba de hacer lo que tenía que hacer.
Así era mamá. Yo siempre la evoco porque me parece eterna. Y llena de Gracia, como el Avemaría...
Pero ella partió el 13 de septiembre de 2008, 39 días antes de arribar a su nonagésimo quinto aniversario.
Yo la evoco porque me parece que es eterna. Porque aunque admito su desaparición física la siento en algún lugar, como siempre solía estar: casi inadvertida; y, sin embargo, presente.
María Salomé nació el miércoles 22 de octubre de 1913. Sus padres fueron Leopoldina Bailón Arteaga y Andrés Avelino Chávez Constante.
Por el lado materno, su ascendiente era oriental. Los Bailón estaban radicados en Portoviejo y Santa Ana, dedicados al próspero negocio de los sombreros de finales del siglo XIX y principios del XX. Mamá sabía tejer sombreros y entiendo que sus hermanas también. Ese ascendiente oriental es al que debemos los ojos achinados. (Algunos me llaman cariñosamente el "chino" Macías)
Por el lado paterno, los Chávez eran una familia de campesinos muy reconocidos en Sucre y sus alrededores, dedicados a la agricultura; además, mi abuelo ocasionalmente integraba las "postas" constituidas por individuos físicamente fuertes, que hacían transporte a lomo de bestia desde y hacia Sucre, llevando o trayendo cargas y personas. Eran, para decirlo sin eufemismos, arrieros: buenos para beber aguardiente, y valientes a la hora de tirar puñete o machete... Por Olmedo -una de sus rutas- llegaban a Balzar; y si se atrevían, avanzaban hasta Guayaquil, siguiendo el sistema fluvial del Guayas.
Mi abuelo conversaba que su amor por Leopoldina -yo no la conocí- nació a primera vista. Y luego de una breve aventura como recluta -en la que sufrió la agresión cotidiana de los instructores militares de origen serrano, a quienes nunca perdonó por eso- regresó para sacarla de la casa de sus padres, y llevársela a vivir a la finca cafetalera de El Anegado, una pequeña heredad familiar al este de Sucre. Ahí formaron hogar, siendo mamá la tercera o cuarta de las hijas.
Mi abuela murió relativamente joven. Y mi abuelo nunca buscó otra mujer para consolar su viudez o para terminar de criar a los 8 hijas y 3 hijos que procrearon.
Mamá fue la más fecunda de sus hermanas, quizá seguida por la tía Isabel. Y en ese vientre fecundo, se parecía mucho a la abuuela Leopoldina.
Mi abuelo Avelino se sentía muy ligado a mamá y a sus nietos. Cuando mis hermanas Rina y Melva tuvieron que ir a Portoviejo a estudiar, era él quien se encargaba de llevarlas, sorteando todos esos obstáculos de que estaba sembrado el camino elemental que entonces era lo que es hoy la carretera hasta Lodana, lugar donde tomaban el autocarril a Portoviejo.
Y a nosotros, los más pequeños, nos alegraba las tardes con sus relatos sobre aparecidos y demonios, en los que mezclaba cuentos sacados de las Mil y una noches, y uno que otro chascarrillo "colorado"... Algún día escribiré sobre este hombre fascinante que fue mi abuelo.
Como siempre he dicho, el recuerdo más vivo que tengo de mamá es su laboriosidad. Era incansable: desde antes que despuntara el sol hasta casi las 10 de la noche, estaba en pie. Amaba a las plantas: en el solar de la casa familiar, había hecho un jardín, en el que mezclaba dalias, rosas, begonias, margaritas, veraneras, con mangos, naranjos, limoneros, higos. Y también a los pájaros: tanto se deleitaba enseñándole a silbar ciertas canciones a un cacique de vistoso plumaje negriamarillo, o a un chao gris, como a hablar a un pequeño periquito. Criaba gallinas y pavos. Y algunas veces, hasta chanchos en corrales construidos en el patio.
Ninguna de esas actividades la privaba de atender la casa: ordenar el aseo de los hijos, cuidar con rigurosas medidas hasta de cuarentena a los que se enfermaban; incluso supervisar o realizar directamente el lavado y planchado de ropas y fregado de pisos y baños, solo para mencionar las tareas más arduas. Ni siquiera cuando fue perdiendo la lucidez, por el paso de los años, y cuando ya todos habíamos alcanzado la mayoría de edad, dejaba de hacer lo que tenía que hacer.
Así era mamá. Yo siempre la evoco porque me parece eterna. Y llena de Gracia, como el Avemaría...
martes, 16 de octubre de 2012
Lasso: ¿el Aspiazu de Correa?
Hasta hoy nadie me quita la convicción de que la crisis financiera de 1998-99, tuvo entre otros escenarios, una lucha caníbal entre banqueros.
Se peleaban los de Guayaquil con los de Guayaquil y Quito; los de Quito entre ellos y contra los de Guayaquil. Algún día conversaré los entretelones que me constan de esa feroz bronca, que terminó como se quería: reduciendo a la banca guayaquileña y etiquetarla con el sambenito de "corrupta".
Uno de los episodios más significativos de esa bronca, fue la revelación del financiamiento que los banqueros le habían prestado a todos los políticos de entonces. A unos más que otros. Pero a todos. De manera que nadie estaba libre de lanzar la primera piedra, sin recibir de respuesta una cantera...
Y Fernando Aspiazu, ya preso para entonces, se encargó de evidenciar cuánto había entregado él, solo él -aunque dijo que fue en nombre de un grupo anónimo de generosos aportantes- a la campaña presidencial de Jamil Mahuad. Esa denuncia tuvo el efecto de un misil: demoledor, dio justo en la línea de navegación del buque que ya a la deriva, el incompetente presidente Mahuad pretendía seguir dirigiendo. Inútil pretensión que terminó en naufragio el 20 de enero de 2000.
12 años más tarde, el país absorto vuelve a ser espectador de un episodio que tiene reminiscencias del maridaje entre el poder y la banca.
Es decir que deja en claro que la revolución ciudadana pudo implantarse gracias -entre otros factores- a los aportes de los banqueros. La revelación amenaza crear un verdadero shock, al descubrir que el pecado original del socialismo del siglo XXI, es exactamente el mismo que engendró a la partidocracia. ¡El mismo!
Y de ese hecho -hasta ahora cuidadosamente guardado en secreto- los genetistas de la política pueden seguramente sacar algunas conclusiones sobre las deformidades que el régimen ya manifiesta en actos de corrupción, como los ocurridos curiosamente en un banco administrado por el gobierno.
La revelación la hizo ayer Guillermo Lasso, a propósito de responder unos letreros -producto de la estulticia del poder, antes que de la imprudencia de unos oficiosos movimientos sociales- que colocados en la vía a la costa, prohibían olvidar la participación del ex banquero en los gobierrnos de Mahuad y de Lucio. Esos letreros volaron a pesar de su pesada estructura como un bumerang. Ya no están. Pero el daño que han causado es mayúsculo. Para colmo, Fabricio Correa ha salido a confirmar que en verdad el aporte de Lasso existió por una cifra importante.
Pero el problema no estará en saber si Lasso dio mucho o poco. El problema verdadero es que la revolución ciudadana instaurada en enero de 2007, tuvo en sus genes algún cromosoma proveniente de la banca corrupta. Y esa constatación lleva a la memoria a Fernando Aspiazu, quedando en el aire una pregunta: ¿fue Guillermo Lasso el Aspiazu de Correa...?
Se peleaban los de Guayaquil con los de Guayaquil y Quito; los de Quito entre ellos y contra los de Guayaquil. Algún día conversaré los entretelones que me constan de esa feroz bronca, que terminó como se quería: reduciendo a la banca guayaquileña y etiquetarla con el sambenito de "corrupta".
Uno de los episodios más significativos de esa bronca, fue la revelación del financiamiento que los banqueros le habían prestado a todos los políticos de entonces. A unos más que otros. Pero a todos. De manera que nadie estaba libre de lanzar la primera piedra, sin recibir de respuesta una cantera...
Y Fernando Aspiazu, ya preso para entonces, se encargó de evidenciar cuánto había entregado él, solo él -aunque dijo que fue en nombre de un grupo anónimo de generosos aportantes- a la campaña presidencial de Jamil Mahuad. Esa denuncia tuvo el efecto de un misil: demoledor, dio justo en la línea de navegación del buque que ya a la deriva, el incompetente presidente Mahuad pretendía seguir dirigiendo. Inútil pretensión que terminó en naufragio el 20 de enero de 2000.
12 años más tarde, el país absorto vuelve a ser espectador de un episodio que tiene reminiscencias del maridaje entre el poder y la banca.
Es decir que deja en claro que la revolución ciudadana pudo implantarse gracias -entre otros factores- a los aportes de los banqueros. La revelación amenaza crear un verdadero shock, al descubrir que el pecado original del socialismo del siglo XXI, es exactamente el mismo que engendró a la partidocracia. ¡El mismo!
Y de ese hecho -hasta ahora cuidadosamente guardado en secreto- los genetistas de la política pueden seguramente sacar algunas conclusiones sobre las deformidades que el régimen ya manifiesta en actos de corrupción, como los ocurridos curiosamente en un banco administrado por el gobierno.
La revelación la hizo ayer Guillermo Lasso, a propósito de responder unos letreros -producto de la estulticia del poder, antes que de la imprudencia de unos oficiosos movimientos sociales- que colocados en la vía a la costa, prohibían olvidar la participación del ex banquero en los gobierrnos de Mahuad y de Lucio. Esos letreros volaron a pesar de su pesada estructura como un bumerang. Ya no están. Pero el daño que han causado es mayúsculo. Para colmo, Fabricio Correa ha salido a confirmar que en verdad el aporte de Lasso existió por una cifra importante.
Pero el problema no estará en saber si Lasso dio mucho o poco. El problema verdadero es que la revolución ciudadana instaurada en enero de 2007, tuvo en sus genes algún cromosoma proveniente de la banca corrupta. Y esa constatación lleva a la memoria a Fernando Aspiazu, quedando en el aire una pregunta: ¿fue Guillermo Lasso el Aspiazu de Correa...?
sábado, 13 de octubre de 2012
El dilema
En su sabatina de hoy, el presidente Rafael Correa rompió todas las reservas que había dejado respecto a la certeza de su candidatura presidencial.
Y planteó sin ambages la línea maestra que observará en la campaña electoral que ya ha iniciado: será -como la que Chávez acaba de protagonizar en Venezuela- una lucha entre pobres y ricos; entre pelucones y pueblo; entre revolucionarios y partidocracia. No habrá término medio...
Ojo: se ha cuidado de no plantear la cuestión como una querella entre izquierda y derecha. O entre varias tendencias de la izquierda a la que él dice pertenecer, o de la derecha a la que él dice aborrecer, (no obstante que algunos de sus más conspícuos colaboradores comen y viven con la derecha...) Pero no. Esa distinción no cuenta por ahora. Por ahora lo que cuenta es proponer una línea demarcatoria entre lo que representa él commo candidato y como presidente, y lo que representan los demás.
Esa línea demarcatoria encarna el mismo dilema que animó a Francisco Pizarro en Isla de Gallo: o ir tras las riquezas de Perú, o tras la pobreza de Panamá.
486 años después, Correa formula su propio dilema no en el círculo estrecho de un puñado de hombres ávidos de conquistar la gloria, sino ante más de 14 millones de ecuatorianos: aquellos que se atrevan a cruzar la línea que él y sólo él puede trazar, estarán con la partidocracia -banqueros y prensa corrupta incluida-; pero los que se queden junto a él y su socialismmo del siglo XXI, serán los verdaderos revolucionarios que -por añadidura- añoran a Fidel y a El Ché, el uno por haber instaurado en nombre de las libertades un régimen totalitario que ya suma 53 años en el poder; y el otro por haber muerto en un país que no era el suyo, tratando de instaurar un régimen igual al que contribuyó a instituir en Cuba, con ejecuciones sumarias de por medio.
Quienes se quedaron con Pizarro en 1526, pasaron a la historia como los 13 de la Fama. No sé cómo pasarán a la historia los que se queden en 2012 junto a Correa, pero lo que sí sé es que después de la campaña electoral y al margen de que gane -lo más probable hasta ahora- o pierda, nada será como antes en el Ecuador.
Y nada será como antes porque si reedita su mandato, lo hará con una experiencia de 6 años en el ejercicio del gobierno. Al margen del hecho cierto de que ningún presidente de Ecuador acredita un período de más de un lustro obtenido por sucesiva elección popular, cabe considerar que tampoco nadie ha logrado una acumulación de poder similar a la que ostenta Correa. ¡Nadie!
Precisamente esta constatación es la que da al dilema de su reelección un contenido especial. Especialísimo. Es que no se trata de una elección más, ni de escoger entre dos opciones más o menos divergentes en cuanto a sus orientaciones partidistas. No.
Se trata de darle viabilidad a un modelo hegemónico de ejercer el poder, en el que la prensa no sea obstáculo para su implementación; un modelo en el que los disensos se etiquetarán como actos contra revolucionarios -y por ende perseguibles hasta su exterminio-; y un modelo que buscará construir un "nuevo hombre" porque el anterior representará todo lo malo, todo lo negativo, todo lo aborrecible del capitalismo.
Correa no se anda con rodeos: no es al azar que formula los objetivos de la lucha electoral que ya ha empezado. Los menciona con nombres y apellidos, pero no solo para tomarlos omo chivo expiatorios una vez ganada su reelección, sino para tenerlos de rehenes, premunido de los privilegios políticos que le depara ser presidente y candidato. Sus nombres y apellidos son: la banca privada y la prensa no oficial.
A la banca -dijo en la sabatina de este 13 de octubre, reiterando lo que ya había anunciado días ha- le quitará sus utilidades para con ellas pagar el aumento al bono de la pobreza de 35 a 50 dólares. Sabe que de cometer ese atropello, contará con el beneplácito de "su" mayoría y el silencio cobarde de otros.
Y para redondear ese beneplácito y ese silencio, obligará a la prensa -esto no lo dijo, pero se infiere de sus palabras- a convertirse en propiedad de fundaciones sin fines de lucro, (es decir, que sean algo así como El Telégrafo, o como TC o como GamaTV), para lo cual arrebatará a sus propietarios el control accionario de las respectivas empresas.
Entonces el dilema queda evidenciado.
Correa no lo ha ocultado.
Los que quieren ocultarlo son aquellos que todavía creen que esas amenazas son solo vainas de candidatos... O farfantonadas de los sábado. Será tarde cuando caigan en cuenta del terrible error en que han caido.
He ahí el dilema. He ahí el caso. He ahí la cuestión...
Y planteó sin ambages la línea maestra que observará en la campaña electoral que ya ha iniciado: será -como la que Chávez acaba de protagonizar en Venezuela- una lucha entre pobres y ricos; entre pelucones y pueblo; entre revolucionarios y partidocracia. No habrá término medio...
Ojo: se ha cuidado de no plantear la cuestión como una querella entre izquierda y derecha. O entre varias tendencias de la izquierda a la que él dice pertenecer, o de la derecha a la que él dice aborrecer, (no obstante que algunos de sus más conspícuos colaboradores comen y viven con la derecha...) Pero no. Esa distinción no cuenta por ahora. Por ahora lo que cuenta es proponer una línea demarcatoria entre lo que representa él commo candidato y como presidente, y lo que representan los demás.
Esa línea demarcatoria encarna el mismo dilema que animó a Francisco Pizarro en Isla de Gallo: o ir tras las riquezas de Perú, o tras la pobreza de Panamá.
486 años después, Correa formula su propio dilema no en el círculo estrecho de un puñado de hombres ávidos de conquistar la gloria, sino ante más de 14 millones de ecuatorianos: aquellos que se atrevan a cruzar la línea que él y sólo él puede trazar, estarán con la partidocracia -banqueros y prensa corrupta incluida-; pero los que se queden junto a él y su socialismmo del siglo XXI, serán los verdaderos revolucionarios que -por añadidura- añoran a Fidel y a El Ché, el uno por haber instaurado en nombre de las libertades un régimen totalitario que ya suma 53 años en el poder; y el otro por haber muerto en un país que no era el suyo, tratando de instaurar un régimen igual al que contribuyó a instituir en Cuba, con ejecuciones sumarias de por medio.
Quienes se quedaron con Pizarro en 1526, pasaron a la historia como los 13 de la Fama. No sé cómo pasarán a la historia los que se queden en 2012 junto a Correa, pero lo que sí sé es que después de la campaña electoral y al margen de que gane -lo más probable hasta ahora- o pierda, nada será como antes en el Ecuador.
Y nada será como antes porque si reedita su mandato, lo hará con una experiencia de 6 años en el ejercicio del gobierno. Al margen del hecho cierto de que ningún presidente de Ecuador acredita un período de más de un lustro obtenido por sucesiva elección popular, cabe considerar que tampoco nadie ha logrado una acumulación de poder similar a la que ostenta Correa. ¡Nadie!
Precisamente esta constatación es la que da al dilema de su reelección un contenido especial. Especialísimo. Es que no se trata de una elección más, ni de escoger entre dos opciones más o menos divergentes en cuanto a sus orientaciones partidistas. No.
Se trata de darle viabilidad a un modelo hegemónico de ejercer el poder, en el que la prensa no sea obstáculo para su implementación; un modelo en el que los disensos se etiquetarán como actos contra revolucionarios -y por ende perseguibles hasta su exterminio-; y un modelo que buscará construir un "nuevo hombre" porque el anterior representará todo lo malo, todo lo negativo, todo lo aborrecible del capitalismo.
Correa no se anda con rodeos: no es al azar que formula los objetivos de la lucha electoral que ya ha empezado. Los menciona con nombres y apellidos, pero no solo para tomarlos omo chivo expiatorios una vez ganada su reelección, sino para tenerlos de rehenes, premunido de los privilegios políticos que le depara ser presidente y candidato. Sus nombres y apellidos son: la banca privada y la prensa no oficial.
A la banca -dijo en la sabatina de este 13 de octubre, reiterando lo que ya había anunciado días ha- le quitará sus utilidades para con ellas pagar el aumento al bono de la pobreza de 35 a 50 dólares. Sabe que de cometer ese atropello, contará con el beneplácito de "su" mayoría y el silencio cobarde de otros.
Y para redondear ese beneplácito y ese silencio, obligará a la prensa -esto no lo dijo, pero se infiere de sus palabras- a convertirse en propiedad de fundaciones sin fines de lucro, (es decir, que sean algo así como El Telégrafo, o como TC o como GamaTV), para lo cual arrebatará a sus propietarios el control accionario de las respectivas empresas.
Entonces el dilema queda evidenciado.
Correa no lo ha ocultado.
Los que quieren ocultarlo son aquellos que todavía creen que esas amenazas son solo vainas de candidatos... O farfantonadas de los sábado. Será tarde cuando caigan en cuenta del terrible error en que han caido.
He ahí el dilema. He ahí el caso. He ahí la cuestión...
miércoles, 10 de octubre de 2012
EL MODELO EXITOSO DE GUAYAQUIL
¿Por qué es "exitoso" el modelo de desarrollo urbano de Guayaquil; y por qué molesta y preocupa tanto al Presidente Rafael Correa que así se califique la gestión cumplida por el Municipio de la urbe, desde 1992?
Para responder ambas preguntas, hay que partir de un hecho cierto e incuestionable: Cuando llegó al gobierno cantonal el ex-Presidente León Febres-Cordero, la ciudad había tocado fondo, luego de soportar más de medio siglo de administraciones municipales de signo populista, que no solo permitieron la depredación urbana, sino que instauraron un sistema corrompido de gestión que colapsó la institucionalidad municipal.
En efecto, desde la dictadura militar petrolera y regionalista de Guilllermo Rodríguez Lara, Guayaquil fue sometida a un proceso degradatorio, que el régimen utilizó para consolidar su visión centralista del poder, por la cual se erigió en dueño y árbitro inapelable del manejo de la nueva renta petrolera.
Entonces el Estado ya no dependía por ejemplo, de las recaudaciones aduaneras que tenían como centro a Guayaquil, sino que los recursos financieros que se demandaban para sostener a la burocracia y el modelo centralista -contra el cual históricamente Guayaquil se ha rebelado- llegaban por la venta del petróleo.
Esta nueva realidad hacía posible cumplir el viejo sueño capitalino de despojar a Guayaquil y su zona de influencia, del rol preponderante que desde antes de la República se ganó como actora de primer orden en el desarrollo económico del país.
(Recuérdese que el éxito de la Revolución del 9 de Octubre de 1820, se explica porque el modelo independentista por ella planteado, reconocía sin eufemismos la importancia del libre comercio en el progreso de los pueblos. Igual reflexión puede hacerse respecto a la Revolución Liberal del 5 de junio de 1895, que tuvo forma y proyección porque encarnó los ideales de libertad económica y política vigentes en Guayaquil) Ergo, la dictadura de Rodríguez Lara con un claro diseño geopolítico, aprovechó el petróleo no solo para colocar un barril del crudo en el Templete de los Héroes en Quito (esto tiene un claro mensaje simbólico), sino para degradar a Guayaquil.
Luego vinieron los gobiernos del período democrático iniciado en 1979, el primero de ellos curiosamente presidido por un guayaquileño (Jaime Roldós), cuya muerte permitió que su vicepresidente vinculado a los sectores intelectuales de la izquierda quiteña, llegara el poder. La elección del guayaquileño Febres-Cordero ganada al quiteñísimo Borja, tuvo como punta de lanza el planteamiento de disminuir el poder hegemónico del Estado construido a punta de renta petrolera en los años precedentes.
Y Febres-Cordero casi no vive para contarla, porque sufrió un intento de golpe de Estado instigado por esos sectores de intelectuales quiteños, que lo atacaba -y lo sigue atacando después de muerto, incluso oponiéndose a que se le levante un Monumento en el Malecón que él como Alcalde regeneró- entre otras causas porque proponía desmontar todo el aparato de control estatal sobre la economía privada, instaurado por los planificadores de la dictadura miitar de 1972.
Mientras tanto Guayaquil continuaba perdiendo capacidad de gobernarse.
Recuérdese que calles y plazas públicas estaban tomadas por vendedores ambulantes, en medio de cerros de basura formados porque el servicio municipal de aseo de calles era incapaz de limpiar la ciudad.
Recuérdese que el servicio de agua potable sufría continuas interrupciones, y que las familias debían construir en sus viviendas reservorios para almacenar el líquido. Recuérdese que el alcantarillado sanitario, incluso en sectores céntricos, estaba totalmente colapsado; y las heces se descargaban directamente a la vía pública.
Recuérdese que toda el área del Malecón Simón Bolívar estaba en manos de cuidadores de carros, casi siempre borrachos; que en 9 de Octubre pululaban las vendedoras interioranas de comida; y que la gente descargaba vejiga e intestinos sin recato alguno detrás de estantes y pilares. Y lo que es hoy el Malecón de El Salado, era un muladar.
El Municipio de Guayaquil era un lugar peligroso, no solo por alguna gente que lo frecuentaba, sino porque el hermoso Palacio estaba dañado desde sus estructuras hasta sus ornamentos.
Febres-Cordero primero, (1992-2000) y Nebot después (a partir de 2000 hasta ahora), lograron transformar la administración municipal. Realmente le dieron un nuevo rostro a la urbe. Esto no fue obra del azar. Ni siquiera de la legislación vigente. Peor del gobierno central. Esto fue consecuencia de aplicar un "modelo" que partió de la premisa de recuperar el control del gobierno municipal, arrebatándoselo a pipones y sindicalistas. Es decir que Guayaquil volvió a tener capacidad para decidir su destino, enfrentándose a la corrupción y al centralismo.
Tan exitoso fue este modelo, que por extensión todos los demás municipios de la Costa en particular y del Ecuador en general, dejaron de ser objeto de escarnio por parte del poder central del Estado, para convertirse en representantes auténticos del ejercicio real del poder de la ciudadanía.
Ese modelo es el que molesta al Presidente Correa. Y lo molesta porque no depende de las dádivas del gobierno central. Le molesta porque no tiene que sentar al Alcalde a esperar que la buena voluntad del gobierno central, decida darle algo de lo que le corresponde por sus rentas, condicionándolo a que sea sumiso.
Ese modelo tiene dos facetas: primero recuperó la autoestima de los habitantes de los cantones. En Guayaquil esta falta de autoestima llegó a permitir, por ejemplo, que un grupo de sindicalistas del servicio de aseo de calles, descargara volquetadas de basuras en el Palacio Municipal. Y la otra faceta es que le demostró a la ciudadanía que no tiene por qué depender de la buena o mala voluntad del gobierno con sede en Quito para mejorar sus niveles de vida, para ganar infraestructura, para mantener y acrecentar su papel de promotor del desarrollo económico y social de Guayaquil.
No se si el Presidente Correa, cuando se fue a vivir a Quito lo hizo también porque sentía que Guayaquil no le ofrecía el confort urbano que él -con total derecho- quería para su esposa europea y para sus hijos. Pero lo que yo si sé es que a finales de los años 70 mucha gente se fue a vivir a Quito, porque -entre otras razones- no se sentían a gusto en una ciudad llena de basura y sin servicios básicos.
El modelo exitoso de Guayaquil existe. Ahí está en la infraestructura urbana construida, en el embellecimiento innegable del paisaje urbano, y en una palabra, en los efectos que el progreso genera, incluso para convertir a la urbe en receptora del turismo.
Para responder ambas preguntas, hay que partir de un hecho cierto e incuestionable: Cuando llegó al gobierno cantonal el ex-Presidente León Febres-Cordero, la ciudad había tocado fondo, luego de soportar más de medio siglo de administraciones municipales de signo populista, que no solo permitieron la depredación urbana, sino que instauraron un sistema corrompido de gestión que colapsó la institucionalidad municipal.
En efecto, desde la dictadura militar petrolera y regionalista de Guilllermo Rodríguez Lara, Guayaquil fue sometida a un proceso degradatorio, que el régimen utilizó para consolidar su visión centralista del poder, por la cual se erigió en dueño y árbitro inapelable del manejo de la nueva renta petrolera.
Entonces el Estado ya no dependía por ejemplo, de las recaudaciones aduaneras que tenían como centro a Guayaquil, sino que los recursos financieros que se demandaban para sostener a la burocracia y el modelo centralista -contra el cual históricamente Guayaquil se ha rebelado- llegaban por la venta del petróleo.
Esta nueva realidad hacía posible cumplir el viejo sueño capitalino de despojar a Guayaquil y su zona de influencia, del rol preponderante que desde antes de la República se ganó como actora de primer orden en el desarrollo económico del país.
(Recuérdese que el éxito de la Revolución del 9 de Octubre de 1820, se explica porque el modelo independentista por ella planteado, reconocía sin eufemismos la importancia del libre comercio en el progreso de los pueblos. Igual reflexión puede hacerse respecto a la Revolución Liberal del 5 de junio de 1895, que tuvo forma y proyección porque encarnó los ideales de libertad económica y política vigentes en Guayaquil) Ergo, la dictadura de Rodríguez Lara con un claro diseño geopolítico, aprovechó el petróleo no solo para colocar un barril del crudo en el Templete de los Héroes en Quito (esto tiene un claro mensaje simbólico), sino para degradar a Guayaquil.
Luego vinieron los gobiernos del período democrático iniciado en 1979, el primero de ellos curiosamente presidido por un guayaquileño (Jaime Roldós), cuya muerte permitió que su vicepresidente vinculado a los sectores intelectuales de la izquierda quiteña, llegara el poder. La elección del guayaquileño Febres-Cordero ganada al quiteñísimo Borja, tuvo como punta de lanza el planteamiento de disminuir el poder hegemónico del Estado construido a punta de renta petrolera en los años precedentes.
Y Febres-Cordero casi no vive para contarla, porque sufrió un intento de golpe de Estado instigado por esos sectores de intelectuales quiteños, que lo atacaba -y lo sigue atacando después de muerto, incluso oponiéndose a que se le levante un Monumento en el Malecón que él como Alcalde regeneró- entre otras causas porque proponía desmontar todo el aparato de control estatal sobre la economía privada, instaurado por los planificadores de la dictadura miitar de 1972.
Mientras tanto Guayaquil continuaba perdiendo capacidad de gobernarse.
Recuérdese que calles y plazas públicas estaban tomadas por vendedores ambulantes, en medio de cerros de basura formados porque el servicio municipal de aseo de calles era incapaz de limpiar la ciudad.
Recuérdese que el servicio de agua potable sufría continuas interrupciones, y que las familias debían construir en sus viviendas reservorios para almacenar el líquido. Recuérdese que el alcantarillado sanitario, incluso en sectores céntricos, estaba totalmente colapsado; y las heces se descargaban directamente a la vía pública.
Recuérdese que toda el área del Malecón Simón Bolívar estaba en manos de cuidadores de carros, casi siempre borrachos; que en 9 de Octubre pululaban las vendedoras interioranas de comida; y que la gente descargaba vejiga e intestinos sin recato alguno detrás de estantes y pilares. Y lo que es hoy el Malecón de El Salado, era un muladar.
El Municipio de Guayaquil era un lugar peligroso, no solo por alguna gente que lo frecuentaba, sino porque el hermoso Palacio estaba dañado desde sus estructuras hasta sus ornamentos.
Febres-Cordero primero, (1992-2000) y Nebot después (a partir de 2000 hasta ahora), lograron transformar la administración municipal. Realmente le dieron un nuevo rostro a la urbe. Esto no fue obra del azar. Ni siquiera de la legislación vigente. Peor del gobierno central. Esto fue consecuencia de aplicar un "modelo" que partió de la premisa de recuperar el control del gobierno municipal, arrebatándoselo a pipones y sindicalistas. Es decir que Guayaquil volvió a tener capacidad para decidir su destino, enfrentándose a la corrupción y al centralismo.
Tan exitoso fue este modelo, que por extensión todos los demás municipios de la Costa en particular y del Ecuador en general, dejaron de ser objeto de escarnio por parte del poder central del Estado, para convertirse en representantes auténticos del ejercicio real del poder de la ciudadanía.
Ese modelo es el que molesta al Presidente Correa. Y lo molesta porque no depende de las dádivas del gobierno central. Le molesta porque no tiene que sentar al Alcalde a esperar que la buena voluntad del gobierno central, decida darle algo de lo que le corresponde por sus rentas, condicionándolo a que sea sumiso.
Ese modelo tiene dos facetas: primero recuperó la autoestima de los habitantes de los cantones. En Guayaquil esta falta de autoestima llegó a permitir, por ejemplo, que un grupo de sindicalistas del servicio de aseo de calles, descargara volquetadas de basuras en el Palacio Municipal. Y la otra faceta es que le demostró a la ciudadanía que no tiene por qué depender de la buena o mala voluntad del gobierno con sede en Quito para mejorar sus niveles de vida, para ganar infraestructura, para mantener y acrecentar su papel de promotor del desarrollo económico y social de Guayaquil.
No se si el Presidente Correa, cuando se fue a vivir a Quito lo hizo también porque sentía que Guayaquil no le ofrecía el confort urbano que él -con total derecho- quería para su esposa europea y para sus hijos. Pero lo que yo si sé es que a finales de los años 70 mucha gente se fue a vivir a Quito, porque -entre otras razones- no se sentían a gusto en una ciudad llena de basura y sin servicios básicos.
El modelo exitoso de Guayaquil existe. Ahí está en la infraestructura urbana construida, en el embellecimiento innegable del paisaje urbano, y en una palabra, en los efectos que el progreso genera, incluso para convertir a la urbe en receptora del turismo.
sábado, 6 de octubre de 2012
El que se pica... ¡pierde!
En su sabatina de hoy el Presidente Rafael Correa difundió varios mensajes enviados por lectores a la versión electrónica de diario El Comercio de Quito, a través de los cuales se insultaba al Primer Mandatario.
Estos mensajes motivaron que el Secretario de Comunicación enviara una carta al medio quiteño, haciendo presente que ante los insultos se podrían tomar acciones para identificar y sancionar a los autores.
La respuesta de El Comercio fue suspender temporalmente los comentarios de su sitio de internet, alegando que de no hacerlo, se exponía sufrir juicios penales, tal como se amenazaba en la comunicación del funcionario.
Esto último ha agriado todavía más los términos en que el Presidente de la República se refiere a la prensa nacional, quien considera que no tiene por qué recibir agravios y menos a través de un medio de comunicación.
Pero vamos por partes: cuando alguien en su vecindario se burla de los demás; y los descalifica respecto a sus capacidades físicas o intelectuales; se corre el riesgo de recibir igual respuesta. A veces el problema está en que si el insultador no está listo para procesar la réplica, entonces se pica... y pierde.
Y pierde cuando tiene que usar todo su poder ocasional, para amenazar a quienes -azuzados por sus insultos- se creen con igual derecho a ripostarlos, con más vehemencia, con mayor irrespeto. Este ánimo pendenciero, aprendido en las calles, es el que ha llevado al Presidente a perseguir con sus guardaespaldas a un ciudadano del que vio salir una mala seña, o de cuyos labios creyó escuchar un insulto. O cualquier cosa. Así ocurrió en varias ciudades. Aquí en Gueyaquil, persiguió a un partidario de Alvarito porque dizque le lanzó una propaganda de su adversario.
Hoy que hizo difundir dos o tres insultos de los publicados en el sitio web de El Comercio, mandó previamente a los padres a alejar a sus niños de la radio o de la televisión para que ni vieran ni escucharan las ofensas de las que había sido víctima y que las reproducía para comprobar que el diario permitía impunemente el mal uso de su espacio en internet.
Y mientras eso ocurría, yo me preguntaba, cuando le ha dicho todo lo que le ha dicho a Martha Roldós, a Lourdes Tibán, a Janeth Hinostroza, a Alfredo Pinoargote, a Emilio Palacio, a Osvaldo Hurtado, a Galo Lara, a etcétera, etcétera, etcétera y etcétera personas, ¿mandó a los padres a alejar a sus hijos de la radio o de la televisión? No. No lo hizo antes. No lo hizo hoy -cuando también insultó- ni lo hará mañana.
Entonces, ¿a quién pretende engañar?
Lo que está claro es que aquí cada vez hay menos gente que está dispuesta a quedarse callada ante un insulto o ante una descalificación. Y que ya todo el mundo sabe, que ganan cuando provocan al Presidente. Y que, así picado, pierde...
El senador romano Gayo Curión motejó en un discurso al emperador Julio César, de ser el marido de todas las mujeres y la mujer de todos los maridos de Roma. Así aludía a los amores -ciertos o falsos- atribuidos al gobernante, que iban desde Nicomedes IV a Cleopatra. Con Napoleón los diarios parisinos se hacían lenguas de las aventuras de Josefina, mofándose de su tolerancia a la infidelidad de la emperatriz coronada. Y ellos igual insultaban y denostaban -incluso hasta mandàndolos a matar- a sus adversarios.
Pero no hicieron de eso un argumento público para declararse víctimas de sus adversarios, porque sabían que en la medida que dieran muestras de recibir el golpe, daban una victoria gratuita a sus adversarios.
Eso es lo que diferencia al Estadista del pendenciero de barrio. Del bochinchero de las asociaciones estudiantiles. Si da, sabe recibir. Si recibe es porque sabe dar.
O en otras palabras, sabe que si se pica... pierde!
Estos mensajes motivaron que el Secretario de Comunicación enviara una carta al medio quiteño, haciendo presente que ante los insultos se podrían tomar acciones para identificar y sancionar a los autores.
La respuesta de El Comercio fue suspender temporalmente los comentarios de su sitio de internet, alegando que de no hacerlo, se exponía sufrir juicios penales, tal como se amenazaba en la comunicación del funcionario.
Esto último ha agriado todavía más los términos en que el Presidente de la República se refiere a la prensa nacional, quien considera que no tiene por qué recibir agravios y menos a través de un medio de comunicación.
Pero vamos por partes: cuando alguien en su vecindario se burla de los demás; y los descalifica respecto a sus capacidades físicas o intelectuales; se corre el riesgo de recibir igual respuesta. A veces el problema está en que si el insultador no está listo para procesar la réplica, entonces se pica... y pierde.
Y pierde cuando tiene que usar todo su poder ocasional, para amenazar a quienes -azuzados por sus insultos- se creen con igual derecho a ripostarlos, con más vehemencia, con mayor irrespeto. Este ánimo pendenciero, aprendido en las calles, es el que ha llevado al Presidente a perseguir con sus guardaespaldas a un ciudadano del que vio salir una mala seña, o de cuyos labios creyó escuchar un insulto. O cualquier cosa. Así ocurrió en varias ciudades. Aquí en Gueyaquil, persiguió a un partidario de Alvarito porque dizque le lanzó una propaganda de su adversario.
Hoy que hizo difundir dos o tres insultos de los publicados en el sitio web de El Comercio, mandó previamente a los padres a alejar a sus niños de la radio o de la televisión para que ni vieran ni escucharan las ofensas de las que había sido víctima y que las reproducía para comprobar que el diario permitía impunemente el mal uso de su espacio en internet.
Y mientras eso ocurría, yo me preguntaba, cuando le ha dicho todo lo que le ha dicho a Martha Roldós, a Lourdes Tibán, a Janeth Hinostroza, a Alfredo Pinoargote, a Emilio Palacio, a Osvaldo Hurtado, a Galo Lara, a etcétera, etcétera, etcétera y etcétera personas, ¿mandó a los padres a alejar a sus hijos de la radio o de la televisión? No. No lo hizo antes. No lo hizo hoy -cuando también insultó- ni lo hará mañana.
Entonces, ¿a quién pretende engañar?
Lo que está claro es que aquí cada vez hay menos gente que está dispuesta a quedarse callada ante un insulto o ante una descalificación. Y que ya todo el mundo sabe, que ganan cuando provocan al Presidente. Y que, así picado, pierde...
El senador romano Gayo Curión motejó en un discurso al emperador Julio César, de ser el marido de todas las mujeres y la mujer de todos los maridos de Roma. Así aludía a los amores -ciertos o falsos- atribuidos al gobernante, que iban desde Nicomedes IV a Cleopatra. Con Napoleón los diarios parisinos se hacían lenguas de las aventuras de Josefina, mofándose de su tolerancia a la infidelidad de la emperatriz coronada. Y ellos igual insultaban y denostaban -incluso hasta mandàndolos a matar- a sus adversarios.
Pero no hicieron de eso un argumento público para declararse víctimas de sus adversarios, porque sabían que en la medida que dieran muestras de recibir el golpe, daban una victoria gratuita a sus adversarios.
Eso es lo que diferencia al Estadista del pendenciero de barrio. Del bochinchero de las asociaciones estudiantiles. Si da, sabe recibir. Si recibe es porque sabe dar.
O en otras palabras, sabe que si se pica... pierde!
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